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miércoles, 22 de noviembre de 2017

Cuentos Venezolanos de Navidad (14) "El Susto en la Cocina del Internado" Relato de Samuel Omar Sánchez Terán


Shantal Antonella Hernández Hernández, San Carlos, Cojedes. 

Esto le pasó, hace muchos años a José Ramírez,  “el maestro Ramírez”. Quién no lo conoce;  es asiduo jugador de los famosos  triples de las diferentes loterías y vaya que  gana,   así salva muchas veces la quincena ¡ah!  También le gustan las cervezas bien frías, amante de la música llanera y del “Trío Los Panchos”, jugador de dominó, siempre con un chiste a flor de labios,  pero muy buena gente el muchachote.

Mujer cojedeña en el archivo de Samuel Omar Sánchez Terán

Otra cosa particular, es amigo de los amigos cuando algún conocido fallece, va  a darle el pésame a la familia y lo acompaña en su despedida, porque también reza, aunque usted no lo crea muy bien.
El “maestro Ramírez”,  fue guía de Centro en el Internado “Fray Gabriel de San Lucar”, está ya  jubilado; cuántos muchachos no ha visto ahí, como se dice “carajitos” ahora ya hombres y profesionales, porque  les inculcó buenos principios, los educó como a sus hijos, los que estaban internos lo respetaban en las guardias que le tocaba de noche, ellos se divertían pero cuando  les decía “chamitos a dormir”, se iban sin chistar. Es un amante de los deportes, tanto que él preparaba al equipo del internado el cual entrenaba en “El Parque San Carlos” y de paso queda al lado del internado,  se le veía corriendo con ellos,  dígame cuando le tocaba guardia los domingos en el día, después que hacían todos los quehaceres los lleva a la piscina del parque ahí se divertían varias horas y, después,  de vuelta al internado.
Muy respetado por sus compañeros de trabajo, muy servicial en todo,  para esa época el Director es el “maestro Restrepo”, muy amigos. Por cierto el viejito Ramírez,  se la da de cocinero y mire que se la aplica, muchas veces salía de farra con sus amigos, ah también,  le gusta la pesca con anzuelo, siempre en su jeep, se dirigía a La Bocatoma,  a plena faena aunque a veces venía con más hambre que una solitaria porque no pescaba ni un resfriado, aunque muchas picadas de zancudo si traía.
Cuando pasaba eso, su esposa Amelia, se reía y le decía: “Tú que no eres un experto y mira como vienes más limpio y sin nada más  que camino de bachacos”, la miraba de arriba hacia abajo.  “Ah pues, mujer, para la próxima te traigo un bagre de seis kilos…”
Para un 25 de diciembre, le toca guardia todo el día domingo, esta vez su pareja de trabajo es el maestro Torrealba, el hermano de Asnaldo, ya fallecido. Se comparten la guardia;  todo bien, los muchachos limpian la institución y  los premian con una salida para la piscina del parque.
Llega la noche, a las siete están viendo la televisión, de repente se va la luz, los dormitorios y los pasillos quedan como pozo de petróleo, todos se reúnen en unos bancos de cemento cerca de la entrada y los arropa un inmenso árbol de mango, dice unos de los muchachos de apodo “El Pulpo”: “maestro Ramírez, aquí en el internado salen unas sombras en los baños” y dice otro: “En los talleres donde está el maestro Juan también”, le responde Torrealba: “A  muchachos para cobardes” y Ramírez agrega:  “Bueno chamitos,  de que vuelan, vuelan”. Así pasan un rato con esos relatos de espantos. 
A las diez vuelve la electricidad, los mandan a dormir y se  quedan conversando un rato los maestros. Dice Torrealba: “Te invito a tomar un vaso de jugo y unas galletas navideñas”. Se van hasta la cocina, están disfrutando del aperitivo, cuando sienten el sonido que hacen al caer las ollas al piso cerca de la nevera, se dirigen a ver qué pasó,  como están las luces encendidas no ven nada, la recorren toda y cerca de ellos lo oyen de nuevo reaccionan con asombrosa agilidad como jugadores de punta y nada, se persignan más que viejita asombrada. Torrealba, se pone a sudar copiosamente como muchacho con fiebre de cuarenta. Alguien nos quiere asustar ya lo vamos a someter dicen los dos. Ahora queda en tiniebla la cocina, ven a través de la ventana que el patio y los pasillos tienen luz…un frío impregna todo, sienten un celaje pasarles entre los dos, en ese momento ven  chispas incandescentes que dejan al rastrillar un machete en el piso, ahí sí con voz tartamudeando dice Ramírez: “No compa, esto no es normal”.  “Por Dios, esa vaina es real”,  le responden con voz agitada, y salen como conejos al escuchar los latidos de perros en cacería.
Llegando a los dormitorios, cada uno más blancos que cotufas y más asustados que pared con comején.
En la mañana se supo cómo a estos dos maestros los asustaron en la cocina del internado en navidad.

Este testimonio real, es de Samuel Omar Sánchez Terán.

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