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lunes, 5 de junio de 2017

Breves cuentos, mitos y leyendas indígenas (4)

Niños indígenas de la etnia Pemón en el archivo de Alejandra Sánchez

LA LUNA Y EL SOL (etnia yukpa)
Kunu y Vicho
Dicen los yukpa que en tiempos muy lejanos la luna y el sol eran gente. La luna era muy buena, amiga de todos. Vestía un sencillo manto blanco. El sol, en cambio, era vanidoso y altivo, no trataba a nadie, orgulloso de su bella capa amarilla adornada con plumas de aves silvestres.
Un día Atancha, el primer hombre, salió por el monte a cazar lapas y picures y se  perdió en los espesos bosques. Camina que camina, de tanto caminar cayó en las redes que había puesto el sol. 
En aquel entonces, el sol también iba de caza. Culebras y serpientes eran sus flechas que disparaba contra el rojo p!umaje de la guacamayas, y contra el verde vientre de las iguanas. Pero para los animales más grandes tendía redes.
Cuándo vio en sus redes al hombre, el sol se alegró mucho: ¡era una buena presa! Lo amarró bien, se lo llevó a la casa y allí lo encerró, sin decir nada a nadie.
El hijo de la luna, que iba siempre a jugar con los hijos del sol, se dio cuenta de  todo y se lo contó a su madre.
 _ Hay que liberar al prisionero - pensó la luna - antes de que el sol se lo coma.    
Y le ordenó al jovencito: 
-Ve a escondidas y avísale a Atancha que el sol se lo quiere comer, pero que nosotros trataremos de salvarlo. Encomienda le que haga exactamente lo que tú le  indiques.
El niño habló con Atancha, lo desató y lo instó a salir y a seguir las marcas que el dejaría en el suelo. Cuándo el sol se dio cuenta de la fuga del hombre corrió tras él.
Atancha, gracias a las señales, ya había llegado a la casa de la luna.
Ella lo escondió en uno de los enormes calderos en los cuales se sumerge a las muchachas cuando se hacen mujeres con el fin de purificarlas y prepararlas para su futura vida de compañeras de los hombres y de madres.
Había muchos calderos en la casa de la luna, todos con su tapa, y en cada uno la luna guardaba a una joven cercana a los quince años, envuelta en un hermoso manto ritual. El sol, enfurecido y con la osadía que le daba su furia, entró en la casa de la luna y empezó a destapar los calderos, lo que estaba absolutamente prohibido. Violó así la ley de Samaya o de la purificación, que impide sacar de su encierro o contemplar a las jóvenes vírgenes.
La luna corría tras él tratando de detenerlo. Cada vez que el sol abría un recipiente la muchacha que estaba adentro arrojaba su manto para evitar ser vista cubriendo a veces al sol que destapaba lo olla, y a veces a la luna que lo seguía de cerca para impedírselo.
Cuando llegaron al gran caldero donde estaba escondido Atancha, empezaron a reñir y luchar a puñetazos, discutiendo:
 _ No tienes derecho a destapar mis calderos, estas violando la ley - decía la luna.
_ Ni tú a robarme la presa que cace - gritaba el sol   
 _ No se debe de comer carne humana insistía la luna.
Por fin, la luna y las muchachas lograron alejar al sol y Atancha pudo salvarse.
El sol se fue, pero sospechando que Atancha estuviese escondido en uno de los calderos, puso trampas alrededor de la casa y a lo largo del camino, y encargó al zamuro Kurumachu que siempre rondaba al acecho que vigilará.   
Cuándo la luna vio que el sol se había ido, le dijo a Atancha.    
 _ Puedes salir y regresar a tu casa. Yo te guiaré.
Ella caminaba adelante, envuelta en su blanco ropaje, iluminándolo todo, y Atancha la seguía. Así el hombre  pudo eludir las trampas que había tendido el sol. Pero tras ellos venía Amusha, el venado, que cayó en una de las redes y quedó  atrapado.
El sol al verlo, grande y hermoso, se contentó y se lo llevó a su casa. Entonces Atancha pudo al fin huir.
El sol fue confinado a lo más alto del cielo y se le ordenó calentar la tierra, por haber osado violar la ley de Samaya. La luna fue llevada a presidir la noche, para iluminar los pasos del hombre y evitar que caiga en las trampas y redes que acechan en la oscuridad.
 Y este es el origen de los eclipses del sol y de los eclipses de la luna: a veces el sol, a veces la luna aparecerán tapados, ocultos por los mantos de las muchachas. El sol porque osó violar la ley de Samaya y destapar los calderos. La luna, porque no logró impedírselo. Y ambos, por los errores cometidos y por haberse insultado y reñido a puñetazos.

Tomado de “El mundo mágico de los yukpa”, Marisa Vanini y Javier Armato, Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana  (2005)


EL CONEJO AMARRÓ AL TIGRE (etnia Pemón)
Otra vez el tigre encontró al conejo que estaba sosteniendo un palo.
-¿Qué estás haciendo, mi hermano?
El mundo se está acabando, hermano, ven acá y mira cómo se está cayendo este árbol; mejor tú me ayudas o te quedas aquí aguantando mientras yo voy a buscar un palo más grande y también un bejuco para amarrarlo para qué no se caiga.
Así dijo ese conejo embustero. Entonces el tigre se agarró al árbol fuertemente; miró al cielo y vio las nubes que se iban, igual si se acabara el mundo.  Vino el conejo con el bejuco y le dijo al tigre:
-Espera, mi hermano, te voy a amarrar, mientras yo voy a buscar un palo más grande.
El conejo se fue y el tigre se quedó esperando, amarrado hasta cansarse. ¡Caramba el conejo no regresó!
Unos venados vieron al tigre amarrado y él les pidió que, por favor, lo soltaran, pero los venados se rehusaron, porque si lo soltaban, de seguro que se los comería. Los venados entonces siguieron de largo sin hacerle caso al tigre. Detrás de los venados vino por el camino un mono. El tigre le suplicó:
-Suélteme hermano, para ir a buscar ese mentiroso conejo.
Pero el mono también le dijo lo mismo de los venados. Él  estaba seguro que si lo soltaba al tigre éste se lo comería. Sin embargo y muy a pesar del miedo que tenía, el mono soltó al tigre y al soltarlo, el tigre inmediatamente agarró al mono, quien al verse sorpresivamente atrapado le dijo al tigre.
-Antes de comerme estréllame contra ese árbol.
Y entonces el tigre lanzó al mono contra el árbol y el mono, muy ágil en los árboles, trepó por él hasta estar fuera del alcance del tigre.

Tomado de Cuentos Indígenas Venezolanos de Antonio Pérez-Esclarin y Alexander Hernández. Distribuidora Estudios. Caracas (1996)

WAJARI CREANDO HOMBRES (etnia piaroa)
Wajari creó cabellos negros, luego ojos, y dijo: —Muchos peligros amenazarán a este hombre. También creó olor de gente y luego el lugar donde el hombre podía vivir. Le preparó tierra y arregló el lugar para poder crear a todos los hombres.
Wajari le dio forma a las caderas, luego dijo las enfermedades de las mujeres, el jilichi papuli, el parto difícil. No le gustaban las enfermedades de la mujer porque eran peligrosas para todo el mundo. Wajari dijo que sin canto el niño ha de dejar el útero con mucha dificultad.
Mientras Wajari estaba muy hacendoso creando hombres apareció Buoka, su hermano, enmascarado para espiar a Wajari. Se escondió en la figura de varios animales –ora lagarto, ora mosca, etc.– Y Wajari no se dio cuenta, no se percató de su presencia. Mientras espiaba, Buoka pensó:
—Le voy a decir a Wajari que también cree hombres para mí. Enmascarado le dio la vuelta a Wajari y siguió observando. Luego salió revoloteando disfrazado de pájaro. También revoloteó en torno del Tiannawa, el árbol sagrado de cuatro ramas. Y Wajari no sabía que se trataba de Buoka, pues se había transformado. Y al revolotear en derredor del árbol Ñuema-a, Wajari escuchó un ruido.
—¿Qué clase de animal será? –se preguntó–, voy a buscarlo. Y el bichito colorado, el masate wala era Buoka. Wajari pensó que había oído a una persona, pero vio un animal y dijo: —Solo veo un bicho.


Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos Boglár  Fundación Editorial El perro y la rana (Caracas, 2015). 

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