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sábado, 17 de junio de 2017

Breves cuentos, mitos y leyendas indígenas (17)


Imagen en el archivo de "Indio César"



EL ORIGEN DEL FUEGO (Etnia Wuayúu)
En un principio los hombres no conocían el fuego. Eran seres imperfectos que comían cosas crudas, como carnes, tubérculos, raíces y frutos silvestres. Ningún alimento vegetal era pasado por el fuego, ni calentado ni cocido. Nada preparado se comía. La carne no la ahumaban, no la asaban; sino que la hacían cecina, la tendían al sol y la consumían seca.
La triste suerte de los primeros hombres a causa de su imperfección era igual  la de los animales. Unos vivían metidos en los troncos, en los huecos, en las cuevas; otro tenían ranchos para abrigarse, pero sin fuego para calentarse ni lumbre para ahuyentar el miedo que emergía del fondo de las noches. Solo Maleiwa poseía fuego en forma de piedras encendidas que celosamente guardaba en una gruta fuerte lejos el alcance de los hombres.
Maleiwa no quería entregar el fuego a los hombres porque éstos eran falsos de juicio, y en vez de hacer buen uso de él podrían emplearlo para sus maldades. Por eso los preservó de su uso. Pero sucedió una vez, que estando Maleiwa sentado junto al fuego, calentando su cuerpo al calor de la fogata, vio venir hacia él un joven aterido de frío, llamado Junuunay.
Maleiwa, al verlo, se indignó grandemente. -¿Qué venís a hacer, intruso? ¿No sabéis que este sitio está vedado a todo acceso? ¿Acaso venís a perturbar mi tranquilidad y a colmar mi paciencia?
Y Junuunay respondió con actitud suplicante. -No venerable abuelo. Sólo vengo a calentar mi cuerpo junto a vos. Tened clemencia para mí, que no he querido ofenderos. Amparadme de este frío que me hiela, que me puya la carne y me llega hasta los huesos. Tan pronto entre en calor me marcharé.
Así decía Junuunay escondiendo su intención. Aquel joven audaz, para convencer a Maleiwa se valió de mil artimañas. Hizo crujir sus dientes. Erizó los poros de su cuerpo como carne de gallina muerta, tembló como machorro, frotó sus manos. Hasta que por fin, Maleiwa, complacido, lo aceptó.
Pero el gran padre no le quitaba la vista de encima, porque tenía sus reservas respecto a la habilidad de aquel extraño personaje, que más inspiraba admiración que desdén. …Y ambos comenzaron a frotarse las manos y a darse calor en el cuerpo.
Las llamas de aquel juego eran intensamente bellas, resplandecían a lo lejos como los fulgores aéreos de las estrellas, como las brasas del cielo. Junuunay se llenó de coraje y quiso conversar con Maleiwa para distraerlo, pero éste permanecía callado sin hacer caso a las palabras del intruso. Pero, un rumor de viento hizo que Maeleiwa voltearse la cara hacia atrás para mirar y cerciorarse bien del pequeño ruido que se avecinaba. Era así como si fuesen pasos cautelosos que estrujaban la hojarasca del paraje.
Aquel instantáneo descuido lo provecho JUNUUNAY. Cogió de la fogata dos brasas encendidas y rápidamente las metió en un morralito que llevaba oculto bajo el brazo. Con las mismas se dio a la fuga, y se escurrió por la maleza que rodeaba la gruta.
Consumado por el robo, y burlado así el gran Maleiwa decía: -¡Me ha engañado el muy bribón! Lo castigaré dándole el suplicio de una vida inmunda.  Lo haré vivir entre los estercoleros rodando bolas de excremento… Y diciendo esto, corrió atrás el ladrón.
Junnunay, corría desesperado, pero los pasos eran tan lentos y cortos que casi no avanzaba al menor trecho. Y en ese trance difícil, quiso emplear de nuevo su escurridiza habilidad para salvarse. Llamó en auxilio a un joven cazador llamado Kenaa a quien rápidamente le entregó una brasa para que la escondiera.
Kenaa tomó la preciosa joya incandescente y se alejó con ella sin ser visto. El sol le ocultó de la vista de Maleiwa pero siempre fue descubierto cuando llegó la noche y trataba de esconder entre las matas. Entonces Maleiwa, para castigarlo, lo convirtió en cocuyo nocturnal, que en las noches oscuras de invierno emite su luz intermitente cuando vuela.
Junnunay, en su desesperación encontró en su paso a Jimut cigarrón y le dijo:
-Amigo mío, Maleiwa me persigue porque le he robado fuego para dárselos a los hombres. Toma esta brasa que me quema, huid con ella y escóndela en un sitio bien seguro. Quien posea esta joya será el más afortunado de los hombres: sabio y grandioso. Dicho esto, Jimut tomó la brasa y rápidamente la metió dentro de un palo de caujaro. Luego la pasó a un olivo, después a otro palo, y así se extendió y multiplicó por todas partes, hasta que los hombres la encontraron una vez por medio de un niño llamado Serumaa. Este niño, mientras se divertía en jugar y saltar por entre los montes, iba señalando a los hombres los palos en donde Jimut había depositado fuego.
Aquel niño no sabía hablar sólo sabía decir ¡ski!... ¡ski!... ¡ski! ¡¡Fuego!!...¡¡Fuego!!
Los hombres entonces se apresuraron en buscar el fuego, pero ello no podían encontrarlo ni tampoco lo sabían obtener. Y así registraron todos los palos y los troncos y nada pudieron conseguir. Practicaron mil maneras y ¡nada! Taladraron y frotaron con sus manos dos varitas de caujaro y al punto surgió el fuego que iluminó el corazón de los montes y encendió de alegría el espíritu de los hombres.
Desde entonces el fuego lo destinaron a sus servicios.  Ya los hombres no sintieron más temor, ni volvieron a sufrir los rigores de las noches frías.
En cuanto al niño Serumaa, lo convirtió Maleiwa en pajarillo que salta de rama diciendo: ¡ski!... ¡ski!... ¡ski!  Su voz natural. Esto aconteció después que Maleiwa convirtió en Junnunay en escarabajo, y lo condeno a vivir en inmundicias por haber robado el fuego.
Desde entonces, el escarabajo vive y se alimenta de excrementos. Y en castigo de su atrevimiento quedó a vivir entre las inmundicias por haber robado el fuego. Y en castigo de su atrevimiento, quedo impreso en su cuerpo la mancha de su robo, o sea, las manchas brillantes que llevan en sus patas los escarabajos.

Tomado de Cuentos Indígenas Venezolanos de Antonio Pérez-Esclarin y Alexander Hernández. Distribuidora Estudios. Caracas (1996)


JULUNA (Enrique Plata Ramírez)
Con todo su corazón pidió a Juluna que la próxima vez que Najo Romo, su marido, la golpeara, le diera un castigo para el resto de su vida.
Cuando Najo romo regresó de la reunión de los guerreros, aquella noche, oliendo a cachiri, sin decir palabra alguna, abofeteó a Guanta, su mujer.
De pronto la noche se hizo más oscura y un terrible silencio lo invadió todo. Desde el fondo de la selva sintieron algo extraño que se aproximaba.
Y Cuanta, sorprendida y satisfecha, vio como Julna poseía a Najoromo, quien sufría unas terribles convulsiones que lo hacían revolcarse, rechinar los dientes y lanzar espuma por la boca.


LA MUJER SALVAJE DEL MONTE SOLITARIO (Gilberto Antolinez)
LA PELUDA HEMBRA DEL OSO FRONTINO. En el tomo I del año 1.945, publiqué en la notable revista científica “Actas Venezolanas” un ensayo folclórico titulado “ El Oso Frontino” donde aparece como un hombre y la leyenda del “Salvaje”, es un plantígrado habitador de la cordillera de los andes; se encuentra en Venezuela en las montañas de Mérida, Trujillo, Lara y Yaracuy, y en las selvas de Apure y las selvas de Guayana, y se ha soportado sobre su forma anatómica el peso de numerosas leyendas populares como salvaje peludo, de hábitos solitarios, enamoradizo de las hijas de los hombres, a quienes roba y mantiene como queridas en sus altos nidos de follaje que sabe fabricar sobre los árboles. Después del ensayo que se ha citado, he publicado muchos otros en que aprovecho aportaciones debida a otros folkloristas venezolanos en el tiempo siguiente, como fueron las de Francisco Tamayo, Olivares Figueroa, y Juan Pablo Sojo. El cuento del Salvaje se extiende por toda Sudamérica, pero también se comprueba en la zona antillana. Poderoso en su complejo legendario en el Brasil, según se desprende de numerosos ensayos de Cámara Cascudo.

Pero si un salvaje de sexo masculino ha contribuido a nuestros folklore con leyendas tan rancio abolengo indiscernibles como muestran los cuentos de “Juan salvajito”  y “Juan Peludito” o “Peluito” tan corrientes en Lara, Falcón, Yaracuy y Carabobo, emparentados nada menos que el de los ciclos de Hércules Horikulas y sus pariaguales de la antigüedad asiática, mediterránea y germánica, no menos notable son las fantasías a que ha dado lugar a la hembra del herbívoro oso de Los Andes, con referencias a una mujer peluda y amorosa que gusta ayuntarse a los hombres en el misterio incitante de los bosques. Así en los estados andinos del país tenemos al “katey y su mujer”, “el medio hombre y la medio mujer” de la montaña, en Colombia también hay mujeres salvajes como la “la Mancaraita” “la Patasola”, y en las Antillas se habla de “las Siguapas” velludas, ardientes y tentadoras; y en el Brasil de “las Caiponas” lúbricas, reservadas y dueñas de la caza a la que ponen bajo el poder de sus amantes.

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