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martes, 23 de mayo de 2017

Corrío de Justo Pérez (Próspero Infante) Poesía llanera


Mujer gracitana en el archivo de Beto Mirabal

Del gran poeta Ipireño-Orituqueño Próspero Infante, publico  este poema, de su libro "CARTAS DEL ALTO LLANO”. Espero que su lectura sea del completo agrado de mis amigos virtuales y personales. El poeta es uno de los tantos personajes de esta región que espera su justo y merecido reconocimiento crítico. Beto Mirabal

JUSTO PÉREZ
I
--Cuando muera Justo Pérez,
--decían las viejas del barrio—
han de ocurrir muchas cosas
en este rincón del Llano!
El que viva, lo verá…
Tiene Justo un hombro manco,
y según la gente afirma
es pena de un gran pecado--.
Justo Pérez mató a un Cura
de un espantoso lanzazo,
arreglando viejas cuentas,
cuentas de honor lesionado
de las que adquieren los hombres
cuando se les mete el Diablo,
y que no caducan nunca
si amargan pechos de bravos.
¿Qué negro rencor fue aquel
que royó, como un gusano,
a un corazón tan bien puesto
como era el de aquel centauro?...
Quien antes conoció al tercio,
le tuvo por gran sensato:
valiente y caballeresco,
generoso y recatado.
Siempre le vieron en misa,
muy devoto, comulgando,
y más de una vez cargara
el Sepulcro, el Viernes Santo,
marcando rítmicamente
la ceremonia del Paso…
Fue un misterio…Justo Pérez
sufrió de repente un cambio,
desde que el Cura estuviera
en su casa, muy de paso,
y en el pecho de su hija,
--el clavel del vecindario—
le dejara en un mordisco
la roja huella del fauno.
Indignada y gimoteando
la muchacha contó el caso
al viejo que, silencioso
oyó, mirando hacia abajo,
atusándose las cerdas
de los ásperos mostachos;
y silbando un airecillo,
como quien nada ha escuchado,
guardó corazón adentro
la cruel ponzoña del daño.
Cuando la Libertadora
encendió en guerra los ánimos,
el tumultuoso Levita
se sumó a sus partidarios:
y olvidando del Maestro
el sufrimiento hondo y arduo,
la humildad noble y paciente
que es claro sol del rebaño,
montó sobre su corona
de Marte el bruñido casco.
No bien lo supo Don Justo,
engrosó el bando contrario,
con veinticinco jinetes
de esos que paren los Llanos:
que las niñas de sus ojos
juegan por dar un asalto,
y que el humo de la pólvora
gustan, como el del tabaco,
y en manantiales de sangre
tiñen las ásperas manos!
II
Una mañana nublosa,
de las lluvias a la entrada,
salió un piquete del pueblo
tras una bandera blanca:
organizó campamento
como a la media jornada,
en la rota de Altamira
para Valle de la Pascua :
y sobre cuatro terneras
logró su primer hazaña!
Como un jaguar en acecho
observó la zamurada
el caudillo, Pedro Seijas,
cabeza de otra mesnada,
quien husmeando al enemigo
le retozaban las ganas,
como es propio de los hijos
impetuosos de la Pampa…
En un instante, asombroso,
cayó, como una avalancha,
sobre la chusma ganosa
de hartarse de carne asada…
--“¡Ahora es cuando, muchachotes!...
La ocasión la pintan calva!...”—
fue la voz. Y la Llanura
vomitó Furias airadas…
Y entre los gritos se oía
el chasquido de las lanzas
que tras el corte sacaban
rotas las rojas entrañas.
La confusión y el pánico
ayudaron a la carga!...
Sólo los más avisados
se acordaron de sus patas!
Sólo los más avisados
encontraron el camino
por donde, alegres, habían
en la mañana, venido;
y entre ellos, como una bala,
delantero, iba el Presbítero,
casi seguro de hallarse
libre de aquel torbellino…
Mas, alguien, con fiero enojo
corría tras el fugitivo,
lanza en ristre, pecho hinchado
de febril rencor sombrío.
Como presto le alcanzara
estas razones le dijo:
--No te rindas ni me ruegues
perdón por madre o por hijos,
que la cuenta que te cobro
no tiene causa en partidos:
nada más vengo a curarme
el ardor de aquel mordisco
en que dejaste la baba
de tu corazón podrido!—
Y tras la última palabra
le hundió el arma en el ombligo:
y allí la tuvo sujeta,
firme el pulso, el odio vivo,
hasta que vidrió los ojos
el desdichado Ministro!
Cuando llegó Pedro Seijas
triunfante, al trágico sitio,
gritóle: --Bravo, compae!!...
Así es que es!!... Lo felicito!
Y reafirmó el enconoso:
--No se murió a gusto mío:
no hacen ni cinco minutos
que aquí lo tengo prendido:
por mi voluntad quisiera
tenerlo así, medio siglo,
para que tomen ejemplo
los que se metan conmigo!...
III
--Cuando muera Justo Pérez,
--decían las viejas del barrio—
habrá que hacerse una cruz
de palmas en cada brazo!...
Una mañana cualquiera
llegó el momento esperado:
no lo anunció la pavita
con su fatídico canto,
ni silbó el Ánima Sola
en el higuerón del patio.
Justo Pérez se moría
como pocos: reposado:
un solo remordimiento
no le atenaceaba el ánimo:
ordenó que le llamasen
al Juez y su Secretario:
y después que sus negocios
terrenos hubo arreglado,
suplicó que le trajeran
un Jesús Crucificado:
tan luego como le tuvo,
elevólo, murmurando:
--siempre seguí tus preceptos
con las normas del cristiano;
cobré lo que me debían;
lo que te debo, te pago:
así, Señor de Justicia,
recíbeme entre tus brazos…--
Bajó tembloroso el Cristo
y se lo llevó a los labios:
un beso, que fue un sollozo,
enterneció todo el cuarto,
y entre un rosario de lágrimas,
se fue quedando!... quedando!...
cuando murió Justo Pérez,
corrió esta voz por el barrio:
--Bajó el mismo Jesucristo 
de su Mansión, a buscarlo!...

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