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martes, 4 de abril de 2017

Los espantos de la Villa (cuento premiado de Ramón Hernández)



Campesina llanera, como lo son los protagonistas de esta historia 


Obra galardonada en el Concurso Nacional de Cuentos Misterios y Fantasmas Clásicos de la Llanura “Ramón Villegas Izquiel” (UNELLEZ –San Carlos, Cojedes)



Lo que nunca imaginé, es que aquel turno sería inolvidable. He tenido grandes sustos, pero ¡Pija! Aquella noche se me mojaron los trapos, el corazón me dió un salto, el pelo se me paró, setí miedo en las rodillas que ahí mismo se me aflojaron.
La prevención estaba estrenando nuevo comandante; se trataba del coronel Tosta Luis Veles, hombre de confianza de mi general; infatigante en su labor de Comandante, astuto y sagaz, duro con los enemigos del Gobierno y del Benemérito, no titubeaba para arrestar a cualquiera, civil o militar, incrédulo y gran jugador de gallos igualito que mi general. Un día estaba de guardia y se me ocurrió pedirle permiso, para ir hasta la tinaja, que se encontraba al final del pasillo, frente al patio de formación.
El soldado es de hierro y si bebe agua se oxida... además recuerde que el general José Manuel Hernández, alias “El Mocho” se alzó y está comandando a un grupo de insurrectos, enemigos del Gobierno y del Benemérito... así que abra bien los ojos, no se le vaya a aparecer y le vuele la chuza. . .Ja, Ja, Ja, Ja, Ja...
Pasaron los días y con ello llegó el invierno; la ‘Villa reverdeció nuevamente junto a su majestad el río Tirgua, caudaloso y bondadoso como la naturaleza misma. La diana anunciaba un nuevo día, la noche había transcurrido lluviosa y tempestuosa; un intenso olor a tierra mojada invadía la cuadra.
Hoy, como todos los domingos, debía cumplir con mi guardia de centinela; desde que me reclutaron eran muy pocos los domingos que compartía con mi familia; en donde cumplíamos con la estricta ceremonia del sancocho dominguero. El estirado ritual, comenzaba con la llegada de mi abuelo: apertrechado, para cumplir con tan importante acto familiar. Luego de la comida, nos divertíamos con sus cuentos e historias tan fantásticas como él mismo.
Formados en el patio de la prevención, mi sargento Suárez, anunciaba nuestro punto de guardia. Todo era alegría, como siempre, los habitantes de la Villa, lucían sus mejores trajes domingueros; algunos con el pretexto de oír misa, pero que en el fondo, no eran más que una excusa para oír los sermones del padre Hilario, quien atacaba al Gobierno de vez en cuando; otros se limitaban a pasear por los inmensos pasillos de la plaza, en busca del chisme del día. Mi coronel Tosta agarraba unas calenteras porque nunca faltaba un chismoso que le fuera con el cuento de los sermones del padre Hilario.
Carajo, se me resbalara el curita ese, caray.
Aquella noche, la gente comenzó a retirarse temprano, la lluvia parecía inminente. Los últimos en retirarse fueron los vendedores de torrejas, cotufas, niño envuelto y pan de horno. Las lámparas de carburo se iban apagando una a una, hasta dejar que aquella masa oscura y turbulenta me devorara, convirtiéndome en un zombi. Esporádicamente, a través del grueso telón de nubes, se asomaban enceguecedores y violentos relámpagos; iluminando las fantasmales casas de techos rojos.
El pesado máuser me lo terciaba de lao, mientras peregrinaba por aquellas desoladas y tenebrosas calles. Frente a la casa “La Molinera” donde mataron al Soberano del Pueblo, el general “Ezequiel Zamora”, una manada de perros realengos, con ojos de candil me atacaron obligándome a una urgente pero inocente retirada. En mi veloz carrera, en la esquina de la Cruz Verde, tropecé con un botalón cayendo largo a largo, que hasta los perros me mearon en aquella desigual pelea; mientras que desde un patio cercano, se oía, a un mal nacido.
Cuje, cuje boca negra, cuje... cuje... cuje...cuje...
Como pude, a uno de mis atacantes logré asestarle un coñazo, con el máuser, huyendo todos de aquel lugar; empantanado y todo turuleco, decidí regresar hasta mi punto de guardia, ubicado en la esquina, frente a la iglesia de la Concepción. Una vez en mi punto y agotado por lo sucedido, decidí sentarme debajo del portal central de la iglesia; poco a poco me iba apoyando en la pesada puerta de madera; un coro de grillos y sapos acompañaban esporádicos y lejanos truenos, mientras que yo, hacía grandes esfuerzos por mantener mis párpados abiertos.
De pronto, mi cuerpo se paralizó, al sentir a través de la gruesa y pesada puerta. Habían soplado a mis oídos. Los pelos se me pararon mientras que; un intenso frío recorría todo mi cuerpo. Constantemente los bancos se movían, niños que lloraban, ruidos extraños, risas y gritos todo ello dentro de la iglesia; quería retirarme de aquel lugar pero mis piernas no respondían, aquellos muertos, estaban a punto de volverme loco, hasta que logré apoyarme en el máuser, para escapar de aquel lugar de espantos.
Sentado al otro lado de la plaza, buscaba una explicación a lo sucedido; en mi cabeza todo era confusión, de pronto un relámpago iluminó toda la plaza como si fuera de día; por el pasillo central, apareció aquella mujer.
Caminaba lentamente, con la mirada fija en el piso, su cabellera era suelta y descuidada, pensé que algo malo le estaba pasando.
Señora, en qué le puedo ayudar...señora...señora... soy yo, el centinela...
Sin importarle mis palabras, ni mi presencia; la extraña mujer no vacilaba en caminar, su rumbo era fijo y seguro; de repente frente a la iglesia comenzó a crecer, extendiendo sus dos brazos para tocar el portal de la misma
Virgen del Carmen Bendita, pero... ¡si esto es La Sayona!...
Sentí el miedo en las rodillas que ahí mismo se me aflojaron. Antes de que terminara de asombrarme, la gorra me la voltié, con lo de alante pá trás; me presigné y me tapé la cara para no ver aquel aparato tan espantoso, recé un Padre Nuestro y un Ave María a todo pulmón, esto según mi abuelo, había que hacerlo para que el espanto se fuera o si no; que le dijera groserías, que también los corría. Concluida la oración, me destapé la cara, el espanto ya no estaba, se había ido. Todo tembloroso me senté en un banco cercano; no podía salir de mí asombro, mi abuelo tenía razón, La Sayona existía y yo la había visto. Rato después, comencé a oír unos extraños sonidos, que provenían de todas partes, me encaramé en el banco, para ver lo que estaba ocurriendo, mi sorpresa no tenía límites.
Cuando por un lado de la iglesia de La Concepción apareció aquella manada de lechones, a través de la oscuridad podía ver la hermosura de los graciosos cochinillos; cuando pasaron frente a mí, la belleza de aquellos animales era incomparable, en mi vida no había visto nada igual ¿Quién era el dueño? Y ¿Qué hacían a esa hora por allí? ¿Hacia dónde se dirigían?
Después de todas aquellas interrogantes decidí seguirlos calle abajo; hasta que llegaron a la esquina de la toma de agua, cruzando cerro arriba hacia la iglesia San Juan; a medida que se acercaban a la iglesia los lechones iban creciendo.
Bendito sea Dios, este es otro espanto...
Sin pensarlo dos veces, nuevamente me volteo la gorra con lo de alante pa’ tras.
Virgen de la Coromoto, Virgen de la Chiquinquirá, Virgen del Carmen Bendita, Virgen de la Soledad aparten de mí esos bichos....
Dicho esto me persigné y cerré los ojos; cuando los abrí allí estaban los cochinos pero ahora más grandes, cerré nuevamente los ojos y esta vez comencé a decirles groserías, las que repetía una vez agotado el repertorio. Cuando consideré, que se habían ido abrí los ojos; frente a mí estaba el mismísimo mandinga, los cochinos se habían convertido en una manada de monos, que botaban candela por los ojos y por la boca.
Cuando reaccioné estaba en la prevención más jipato que un resucitao, sentía que me estrujaban el pecho, mientras mi sargento impartía las órdenes.
Tráiganme agua y una silla...
Un grito desgarrador salió de lo más profundo de mi ser, que hasta mi coronel Tosta se despertó.
Sargento... ¿Qué zaperoco es ese?
Mi coronel; al soldado Felipe parece que lo asombró un espanto.
Ah carajo sargento... usted también cree en esas pendejadas... no le parece raro, que sea el primer turno, el que ve los fantasmas... a mi me late que estos carajos como que nos están tomando el pelo y les vengo haciendo un seguimiento; no me van a seguir jodíendo con el cuentico ese de los muertos y los fantasmas... además ¿Quién dijo que lo que se entierra sale?.. y si es verdad que le sale uno de esos aparatos, échenle plomo, pa’ qué coño tiene una carabina, después averiguan que carajo pasó... a mi modo de ver las cosas, aparte de usted, sargento, aquí no hay hombres con los cojones bien puestos... a ver soldado, échele el cuento... ¿qué fue lo que vio?
Mi coronel, con todo el respeto que usted se merece, déjeme decirle que yo sí soy un hombre y que en mi vida he visto y oído cosas raras sobre todo, en las sabanas pero; lo de hoy no tiene nombre.
Eche pa’ fuera hombre y dígame qué le pasó...
Después de haber oído con atención mi historia, esta fue su respuesta:
Sargento... meta a este carajo preso por negligente, embustero y también por quedarse dormido en la guardia.
El próximo que me venga con el mismo cuento lo arresto.
No podía dormir en aquel oscuro y húmedo calabozo, el canto de los gallos anunciaba un nuevo día, de repente un nuevo alboroto despertó a toda la cuadra, todos corrían hacia el patio de formación.
Sargento traiga al soldado Felipe...
Más rápido que inmediatamente se presentó mi sargento.
Felipe salga y se le presenta al coronel.
En el patio un grupo de soldados junto a mi coronel rodeaban a un hombre, mientras que a un lado del patio, una manada de cochinos permanecían atados por sus patas traseras.
Felipe, venga para que vea el fantasma que lo asustó anoche.
Al acercarme no podía dar crédito a lo que veían mis ojos. Abuelito que estás haciendo aquí...
No sé muchacho, he caminado toda la noche, con este arreo de cochinos que traigo del Cacao, rumbo a la pesa que está aqué mesmo, en La Morena; un centinela que me vio, cuando venía por la calle real, salió como alma que lleva el diablo, al rato llegó un pelotón y ya usted ve...
Sargento, usted es testigo de la confesión de este anciano y su nieto.., por eso es que cuando yo digo, que la burra es negra, es porque tengo los pelos en la mano.., no hay que ser un científico para darse cuenta de la complicidad manifiesta, en estos vende patria... he aquí una célula desestabilizadora, cómplices de los enemigos del Gobierno y del Benemérito.., está clarito el plan...aterrorizar al común y a los soldados para tomar el poder... mañana mismo sale una comisión para la capital y me dejan a estos dos en La Rotunda...
Pero mi coronel mi abuelo y yo somos inocentes...
Silencio farsalio, desde este momento considérense presos del Gobierno y del Benemérito.


Texto publicado en “El Llano en Voces; Antología de la Narrativa Fantasmal Cojedeña  y de otras latitudes”. Compilación de Isaías Medina López y Duglas Moreno (San Carlos: UNELLEZ. 2007)


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