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martes, 7 de junio de 2016

Cuentos fantásticos del Llano (7). Varios autores; cuentos, versos y audio musical

Niña llanera (archivo de Ileana Rumbo)


CACHOS LLANEROS 

El Cacho. Significación
Los esfuerzos y logros del cachero comprueban su fe en los poderes de la literatura y de su tradición, y en la misma medida, encontramos a numerosos textos: novelas, cuentos, poemas, crónicas, guiones escénicos, productos discográficos, textos académicos y de investigación  convertidos en difusores del cacho y de los valores de la cultura ancestral que promueve.
El cacho es un producto intercultural de enorme vigencia metafórica que aún mantiene como norte  el optimismo, la recreación de fantasías y la perpetuidad del Llano legendario, por medio de métodos expresivos que superan cualquier barrera comunicacional, pero sin renunciar a su legado de siglos y al sabor campesino y colectivo de su origen. 


En toda la América el uso del cacho es significativo

LA FIESTA DE MORA SECA
(Luis Ramón Martínez y Delfín Gregorio Otaiza)
Resulta que este es un pueblo llamado “Mora Seca”, algo desconocido pa’ muchos y de esos que quedan en pleno monte adentro.  En Mora Seca la vaina era tan rara que al frente de la alcaldía y la iglesia en vez de haber una plaza Bolívar como en todas partes, lo que había era una laguna.  En esa laguna,  en un invierno que provocó una crecía llegó y quedaron unos caimanes atrapaos, y cuando se acabó el invierno, pues quedaron allí pa’ siempre. La gente se había acostumbrao a esos bichos, y aunque nadie se metía pa’ la laguna, todo el mundo les tiraba vainas pa’ que comieran: pedazos de carne, tripas de pollo, cueros, hasta cotufas le tiraban y a todo aquello ¡zuac! Se lo comían.
En una oportunidad estaban las fiestas de Mora Seca, y como siempre hacían las mismas competencias de todo el tiempo, a uno de los organizadores se le ocurrió inventar uno nuevo: cruzá a nado la laguna hasta el otro lado y salir vivo.
Aquella voz se corrió por todo el Llano, por todas esas zonas, hasta los medios de comunicación se prepararon pa’ ir a grabar aquello. Cuando llegó el gran día de la competencia eso estaba ful de gente por tos laos. Entonces se oyó una voz: -Señores y señoras, hasta el momento no hay ningún inscrito en la competencia para cruzar la laguna a nado, el premio será de cien millones de bolívares y un viaje a los Estados Unidos, donde podrá conocer la ciudad que quiera-, pero nadie se inscribía. Resulta que en el pueblo había un carajo de esos grandes de tamaño pero no muy avispado, eso sí, un burro pa’ trabaja, y lo llamaban “El Cuate”.
El Cuate andaba cerca e la laguna y el narrador seguía invitando a la gente; El Cuate cada vez se asomaba más como curioso, y en una de esas que el narrador seguía hablando, se escuchó, ¡chupulum!  El Cuate al agua, pero oírlo caé al agua y verlo salí como un rayo pal otro lao fue la misma vaina. ¡Cónchale! Ni los medios pudieron grabar nada, no dio tiempo de lo que se llama na’.
Los periodistas se le acercaron y le preguntaban: ¿señor, cómo aprendió a nadar tan rápido? Pero El Cuate no hablaba. ¿qué va a hacer con los cien millones de bolívares que se ganó? Pero el hombre estaba era trancado. ¿qué cuidad piensa usted conocer en los Estados Unidos? Y El Cuate solo jadeaba, hasta que al fin habló: -Aaaahh! - Aaaahh! - Aaaahh! –yo lo que quiero es saber quién fue el remardito que me empujó a la laguna pa’ enterrarle mi puñal hasta la vuelta e’ la muñeca carajo.

Burro de carga: altamente apreciado en la cultura  llanera

LA BURRA VOLADORA 
(Ramón Villegas Izquiel) -Fragmentos

El relato, que  te quiero  ofrecer lo recogí en Arismendi, estado Barinas, cuando yo era maestro de escuela, por allá i atribuido a un empedernido embustero de la región. Según aquel afamado conversador, era él un hombre feliz, pues estaba mui conforme con lo que Dios le había reparado. Una buena mujer para lo que se tienen las mujeres; un conuco para obtener lo indispensable; una  carabina para procurarse carne de caza i una paciente burra para montura o carga, según la circunstancia.
Refería nuestro hombre que una hermosa mañana tomó la escopeta, se terció una “marusa” con municiones de boca i de cacería, cabalgó en su burra i dirigiose a un estero cercano con intenciones de cazar algunos patos, mui abundantes en su comarca.
Luego de un rato de camino llegó al sitio por donde el sabía i para su gratísima sorpresa aquello estaba lleno, a más no caber, de patos de diversas variedades: desde un hermoso pato real hasta el pequeño, pero sustancioso “guirirí”. Puesto en tierra, se dedicó a observar,   sigilosamente, aquella concentración de blancos para su arma, empero, a la vez le preocupaba la evidencia de que con un solo disparo podía cobrar más de tres o cuatro de aquellas piezas, pero la grandísima mayoría se perderían en rápido vuelo. Cavilando estuvo un rato hasta que le vino una idea mui propia de la habilidad de su margín: Cargó la escopeta con los perdigones adecuados i con la rodilla dobló el cañón en forma de garabato. Hecho esto se cuadró adecuadamente  de suerte que al disparar la ráfaga barriera circularmente con el universo volátil que tenía enfrente. Disparó, pues, i se arrojó rápidamente al suelo abajo para esquivar el abanico de proyectiles que venía circundando i cuyo zumbido sintió pasar a sus espaldas.
Cuando se incorporó i vio la escena ¡Oh maravilla! Se había cumplido, exactamente, su previsión. Aquel aguazal estaba tapizado,  prácticamente,  por más de un centenar de aves heridas i confusas, pues las municiones, en su violento curso, fueron tocándolas sin penetrar en ninguna, por lo cual no las mataron , sino que dejaron heridas unas i atolondradas otras.
Por esta circunstancia tuvo que afanarse para mantearlas con cabuyas de un rollo que, afortunadamente, siempre cargaba a mano. Concluida esta acelerada tarea, se las ingenió para atarlas la enjalma, de modo que no se maltratarán tanto, pues aspiraba enjaular a las más sanas a fin de irlas beneficiando, poco a poco. Luego, arreó la jumenta i emprendió el regreso silbando una tonadilla campesina, rebosante de satisfacción i adelantando el pensamiento la agradable sorpresa que se llevaría su mujer.
Habría desandado un corto trecho cuando lo asaltó la urgencia de hacer una “necesaria”, como llaman en los campos lo que realizan en cuclillas i a pleno suelo, Detuvo,  pues, el animal i se internó en un bosquecillo cercano.
Cumplido el acto natural, regresó al camino para proseguir el retorno. Pero se sorprendió por no encontrar la burra en el sitio donde la había dejado. Miró a lo lejos, pues se encontraba en una sabaneta, a ver si aquella había continuado el regreso por su cuenta, mas no la divisó. Recorrió con la vista todo su derredor, pero nada, ni rastros.
Encontrábase francamente desconcentrado, cuando de repente oyó sobre su cabeza un atronador batir de alas. Miró hacia arriba ¡Bendito sea Dios! Las aves se habían recuperado i comenzaron a volar llevándose la burra en peso. Asustado porque iba a perder tan útil compañera, sólo se le ocurrió una solución desesperada; reventar de un tiro la cincha sin herir el animal.
Enderezó,  de nuevo, contra una palma el cañón de la carabina, la cargó con un solo plomo grueso, se colocó debajo i con la más fina puntería, de que Dios doto su pulso, disparó fijamente a la correa sujetadora i ¡Prum! ¡Cayó la burra, sana i salva!
Contento por haber recuperado la bestia i orgulloso de su inimitable puntería, quedose contemplando, sin embargo, con resignada pena, cómo en alas de sus codiciadas presas, la enjalma se alejaba hasta perderse en la lejanía.
Embustero el tercio ¿verdad, lector?  

EL MORROCOY DE DON ROSO 
(Francisco José Aguiar)
Este cuento no es fácil de contá, pues no me lo van a creé, pero ahí les vá y aclaro: No lo he inventado yo, se lo oí al señor Roso Amelio Padrón que es gente seria. Gente de bregá en el campo. Él tiene un conuco pequeñito que va desde Camoruco hasta el Cinaruco. Tempranito como de costumbre ese día tomó su café cerrero, se persignó al salir de su casa. Con su burro se dirige a trabajá. Habiendo socalao una parte de los quinchonchos que estaban cogiendo mucho monte y surcá varias hileras pa’ sembrá un maíz que había heredao se faja a cantá pues bien se sabe: “Aquel que canta sus males espanta”: 
La tierra venezolana
que recibe mi cantá
pa’ que se ponga buena
y cuando vaya a sembrá
la semilla que reciba
la sepa muy bien cuidá
y así sentirme feliz
cuando vaya a cosechá.
           
Lo que dije es cierto, el señor Roso es gente buena. Ama la tierra, lo pueden notar. Se puede notá. Pero viejo, es viejo, por espíritu joven que tenga, el cuerpo siempre le echa vaina. Se recostó en una piedra donde estaba parado su burro Canelo y no es que sintiera la piedra blandita, es que estaba bien cansao. Se queda dormido. Empezó a soñar que estaba paseando lentamente como cuando los carros  se quedan en una tranca donde hay un accidente. Cuando despertó por completo se dio cuenta que estaba encaramao en un cerro que se movía y ya no podía ver el conuco, de lo lejos que estaba, solo veía a Canelo que lo tenía bien apretao ya que se dio cuenta que donde estaba arrellanao era un morrocoy enorme. Y a paso de morrocoy de Camoruco habían llegado a El Pao. 

Textos tomados del libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA  FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Isaías Medina López; 2013) San Carlos: UNELLEZ-VIPI.


EL ENTIERRO  DEL TRONCÓN
(Eligio Alvarado “El Diablo de Cojedes”)

 Aaaaaaaaa…
Señores pongan cuidado
oigan una explicación,
mi explicación,
parece que ya sacaron
el entierro del Troncón 
en la pata ´e  un saladillo
donde salía la visión
un caminante encontró
un pico y un cueverón
y por la forma del gueco
parecía que era un cajón
aquel espanto salía
una luz sin comparación
un llanero me contó
la forma en que le salió
un día venía de su casa
y pasó por El Troncón
y cuando llegó aquel sitio
se le espantaba el  potrón
un hombre vestío ´e blanco
delante se le paró
y a la vez un araguato
brincaba en la ramazón.

Aaaaaaaaa…
Se puso a pensar un rato
porque miedo no le dio,
y ay, no le dio
y él sacó su escapulario
y luego se persignó
y sin pensarlo dos veces
al muerto le preguntó
para sacarlo de pena
ahí  cómo es que viene yo
él esperó la respuesta
y el muerto no se la dio
y obligando su montura
de una marca y  sillón
con la chícura y la pala
un grillete le abolló
y cuando empezó abollear
un nervio se le apuró
ahí miró un hombre trigueño
que al lado se le sentó
después le dio la tinaja
que rodaba y se paró
venía full de morocota
al mismo tiempo un cajón
El Espanto del Troncón
fue mucho al que le salió.

Este poema es tomado de “ANÁLISIS DE FIGURAS ESPECTRALES EN EL CORRÍO Y LEYENDAS DEL   CANTO LLANERO TRADICIONAL” de Isaías Medina López, Duglas Moreno y Carlos Muñoz. Texto no publicado; UNELLEZ-San Carlos (2008)

Disfrute de este audio de un joropo fantástico llanero:

LA HISTORIA DE FLECHA VELOZ
(Domingo García)

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