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miércoles, 6 de febrero de 2019

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (34) Varios autores

Mujer llanera en el archivo de Fernando Sánchez




PIEDRAS MÁGICAS (Mercedes Franco)
Actualmente, con el renacer en Venezuela del esoterismo, se da importancia al valor mágico de las piedras, cada una tiene cierta cualidad mágica y participa de la eternidad. Sus propiedades según se refiere a continuación:
Amatista: su color es violeta, fortalece la memoria y da buen juicio, combate el alcoholismo y da suerte en el amor.
Topacio: va desde el blanco al amarillo. El topacio rosa fortalece los nervios, proporciona paz y armonía y atrae simpatía.
Turquesa: llamada por los árabes la piedra de la salud, protege del mal de ojo y de los espíritus malignos.
Jaspe: protege la vista y la digestión, preserva de los venenos.
Rubí: cura la depresión, mantiene la juventud.
Zafiro: cura las hemorragias, cicatriza heridas y cura neuralgias.
Esmeralda: atrae la armonía y la amistad, atrae la sinceridad y la fidelidad, protege el mal de ojo y de la epilepsia.
Diamante: protege de los enemigos, aleja los peligros y cuida a las embarazadas.
Granate: Protege a los viajeros.
Coral: otorga prudencia, protege a los niños de malas influencias, cuida la salud, protege contra accidentes en el mar.
Ámbar gris: refuerza el corazón y el cerebro.
Jade: Cura enfermedades renales y estomacales.


PIRATA FANTASMAL (Mercedes Franco)
En las inmediaciones de Cumarebo, en Paraguaná, los vecinos aseguran que el fantasma de un pirata recorre la playa, a grandes saltos, con su pierna de palo. Cuando encuentra a alguien saluda quitándose su tricornio emplumado, pero junto con el sombrero, se quita también la cabeza. Luego la coloca de nuevo en su lugar y sigue su camino.  Dicen que busca su tesoro, pero no consigue dar con el sitio exacto donde lo enterró.


PLANTAS MÁGICAS (Mercedes Franco)
Es poco conocido el apasionante mundo de las plantas imaginarias. Son aquellas que solo han existido en la fantasía de la humanidad. Aun a principios del siglo veinte, se creía en Europa que en las selvas de Venezuela existían plantas monstruosas. Una de ellas era la "Mata del Diablo", planta carnívora pensante, que atrapaba seres humanos. Muchos viajeros contaban que en la Guayaba había plantas que lograban atraer a los hombres, para devorarlos luego. Eran una especie de orquídeas asesinas, que exhalaban un perfume venenoso.
La escritora venezolana Giovana Merola, en su brillante trabajo Botánica Fantástica, reseña muchas de estas asombrosas plantas imaginarias. Se creía también que el trópico había una planta capaz de lactar a la gente. Esta alimenticia especie tenía el nombre de "Árbol Vaca". Quizás podría tratarse de una especie clasificada por Alejandro Humboldt como Brosimum Galactodendrum. Su savia es de un aspecto lácteo, y puede ser comestible. A veces, las extrañas formas e increíbles propiedades de estas plantas eran inventadas por los indígenas. En ocasiones la información sobre ellas llegaba al extranjero exagerada, o deformada. Esto ocurría por las barreras idiomáticas y por las diferencias culturales. Y en ciertos casos el viajero añadía, de su propia imaginación, los detalles más fantásticos.


COHETES DESDE MI HABITACIÓN (Armando José Sequera)
A través de la ventana, desde mi habitación, todas las noches los veo ascender poderosos, ígneos. Como en un recuerdo de infancia, espero ver esparcirse los destellos multicolores hacia todas partes y, luego de varios segundos, oír la explosión. Pero son verdaderos cohetes: llenos de gente ansiosa de percibir otros mundos, otros paisajes.     
Ya éste que sale atraviesa las nubes más bajas.
Ya apenas se oye su estruendosa estela de  ecos cargados de sueños.
Percibo una melancólica voz que me pregunta desde su mecedora en la sala, ¿lo viste?, ¿lo viste?  Y evito recordarle que únicamente los viejos no hemos podido viajar al espacio, tal vez porque estamos próximos a otro viaje más importante, definitivo.


ACTOS DE MAGIA (Enrique Plata Ramírez)
Furioso, le grité a mi hermano que lo detestaba. Mi madre se echó a llorar. Entonces, tomando mi pañuelo, fui y le seque su rostro, más las lágrimas no paraban.
Avergonzado fui hasta donde mi hermano y le supliqué perdón. Él, sonriente, me dio un cálido abrazo.
Cuando mi madre dejó de llorar, al vernos abrazados, se acercó y sonriendo también pronuncio unas extrañas palabras.
Desde entonces mi hermano es un Colibrí y yo un Marín Pescador.


PASOS DE FANTASMAS (Enrique Plata Ramírez)
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SEÑAL DE TRÁNSITO (Ricardo Jesús Mejías Hernández)
La señal de tránsito decía: “paso de suicidas.” Justo en ese punto ―tal vez por curiosidad― detuve bruscamente mi Lamborghini Diablo. Esperé algunos minutos entre la espesa niebla. Quería ver a alguno de esos infelices.
Al rato, una hermosa dama tocó la ventanilla y susurró: — ¿Me lleva?
Inmediatamente la invité a subir y arrancamos.
Al cabo de unos kilómetros y un par de cigarrillos, mientras sonaba en la radio la canción “Autopista al infierno”, frente a una señal que decía “curva peligrosa”, la dama hundió el acelerador hasta el final.


FÁBULA CON SAPOS NEGROS (Julio Romero)
Hubo una vez un sapo que esperaba el beso de una princesa con el propósito de convertirse en príncipe azul. Era un animal muy humilde, tímido, callado, inteligente y renegrido. Todas las noches salía de su escondite y se iba croando y pegando brincos hasta llegar a un charco espumoso y bastante grande donde se reunía con sus congéneres.
Aquel charco era exclusivo para el sexo masculino. Es decir, en aquel lugar no se aceptaban ranas. A la entrada habían colocado un vistoso cartel que decía: "AQUÍ SOLO SE ACEPTAN SAPOS NEGROS."
Todos ellos se reunían allí con el propósito de contarse sus sueños. También se congregaban para hablar pistoladas de las ranas. Pero al fin y al cabo aquello no importaba pues tal lugar era exclusivo para machos.
A la medianoche ya estaban rascados de tanto blá-blá. Parecían parroquianos sentados ante la barra de un bar.
-Ya estoy cansado de esta miserable vida de sapo-dijo uno, gordo y atezado-.Espero algún día montarme en un avión que me lleve a visitar La Gran Manzana.
-Yo no espero tanto como tú-continuó la charla su vecino-. Me conformaría con llevar una ranita a una paradisíaca isla del Caribe.
-¿Caribe? ¿Qué Caribe?-terció otro-Mi sueño es pasear en góndolas sobre las románticas aguas de Venecia.
Y así estuvieron toda la noche exteriorizando sus deseos hasta que estuvo rayando el amanecer. Túngara que húngara, todos fueron contando sus deseos. Algunos ansiaban las mil y una noches de Lahore. Otros querían croar sobre la madre de todas las catedrales. No faltó quien soñara con monasterios flotantes, con tierras donde los visitantes se convertían en dioses, con la belleza salvaje del hielo que se formaba en la Patagonia, con la reserva natural del Gran Cañón, con las alturas fálicas del Empire State Building y hasta con las enardecidas aguas de Hawai.
Todos expusieron sus sueños. Todos, claro está. Menos el sapito tímido que nos ocupa en esta fábula.
Entonces el batracio más grande, más viejo y más negro del grupo, aquel que parecía ser el maestro de ceremonias, se fijó en él y señalándolo le preguntó:
-¿Y tú? ¿Cuál es el sueño que no te deja dormir?
Y el sapo se sintió abrumado por la multitudinaria atención que le estaban prestando. El jefe de los anfibios le preguntó si soñaba con el castillo de la Corte de Viena o si lo movían quimeras con los pilares dóricos de Segesta. Le preguntó si no lo dejaba dormir el gran palacio de Dalai Lama o la Piedra Sagrada de la Meca.
Como el callado sapillo no contestaba, otro muy robusto y muy impaciente le gritó:
-! Anda, cuenta tu deseo de una vez!
Entonces el sapo de nuestra historia lo contó:
-Deseo que me bese una bella princesa.
Y todos los sapos del charco comenzaron a burlarse de él. Comenzaron a burlarse de él porque de todo punto de vista les parecía imposible que un sapo pudiera ser besado por una princesa. ¿El beso de una bella princesa?!Cruas, cruas, cruas!!Qué sapo tan iluso! ¿Y qué piensas hacer cuando te bese la princesa?
-Pienso convertirme en príncipe azul.
Entonces todos los sapos del charco continuaron burlándose de él riéndose a carcajadas. !Croajajá, croajajá, croajajá! !Qué sapo tan idealista! ¿Y qué piensas hacer cuando te conviertas en príncipe azul?
-Apenas me convierta en príncipe azul-contestó el sapito tímido y negrito-me iré de viaje a La Gran Manzana, visitaré las islas del Caribe, subiré a las góndolas sobre las románticas aguas de Venecia, pasaré mil y una noches en Lahore, croaré sobre la madre de todas las catedrales, subiré a los monasterios flotantes, pernoctaré en las tierras donde los visitantes se convierten en dioses, conoceré el hielo de la Patagonia, la reserva natural del Gran Cañón, subiré a los cielos del Empire State Building, y cuando ya esté cansado me bañaré en las aguas de Hawai...
Y toda aquella cofradía de machos charlatanes se quedó con la boca abierta maravillados por los esplendorosos sueños de aquel humilde sapito.



BRECHA (Víctor Marichal)
Me persiguen. ¿Quién? No sé, pero siento la presión. Acelero los pasos sin correr, aunque eso es lo que me provoca, correr, correr, huir desesperadamente, pero por más lejos que voy es lo mismo, me siento acorralado. Sé que el enemigo es astuto, sigilosamente me persigue. Si el hombre no hubiese medido el tiempo creería que desde siempre me ha perseguido.
En los momentos más tranquilos de mi vida he sentido el acecho. Ya no sé a dónde ir; creo que por este camino podré huir. Aunque siempre consigo acoso, siempre la misma trampa, la misma desesperación; ya casi me siento como un ratón ante un gigantesco gato.
Mis sueños son intranquilos, siempre pensando que seré atrapado y me aterroriza la idea. Quiero ser, quiero realizarme, pero parece la duda dejada por la angustia que me produce la persecución y sólo pienso “Si me atrapa me hará rodar por el fango hasta hundirme en lo más profundo del lodo y no quiero eso”. Quiero y debo salir de la selva sin que me atrape, si, debo salir, buscar equipo para volver y combatirlo hasta que obedezca. Es perverso, bloquea mis ideas y me hace cambiar de rumbo a menudo. ¿Quién sabe cuántas veces he estado a la entrada del verdadero camino? Pero no, siempre él acosándome y llevándome aprisionado. Me ha hecho volver atrás, a un lado, a otro, pero sin dejarme avanzar al frente.
¡Oh! Una luz cala los espesos árboles y penetra a través de ellos. Corro desesperado y me encamino por la senda alumbrada: “Al fin encontré el camino”, me digo ilusionado. Corro, no sé por cuánto tiempo pero mi cuerpo empieza a cansarse, me siento cada vez más distante de mi perseguidor. He triunfado, sí, he triunfado.
Ya esa idea me da fuerzas para seguir y cuando más seguro me encuentro: ¡Plas!, otra caída, otro dolor. ¿Acaso de errores está hecha mi vida? ¡Basta! No más huidas, no más acoso, he de enfrentarlo ahora antes de ser vencido por los años.
Corro hacia la voluntad, tomo un trozo y lo combato; ahora lo golpeo con la conciencia y lo dejo abatido pagando la culpa que quería hacer ver como mía. Ahora cada cual lo suyo. Él, su condena por su culpa, y yo mi libertad por luchar.


MENHIRES/DÓLMENES (Eduardo Mariño)
Ian soñaba: Era otra vez el sueño del prado, de los monolitos; era la emocionante sensación de verticalidad que le llenaba al sentirse como los menhires, perfectamente rectos, rígidos, verticalmente incólumes al frío, al calor, a la soledad o las muchedumbres.
Ian despertó. Al ponerse en pié y realizar la acostumbrada ceremonia de erguirse recto, rígido y vertical, como los menhires de su sueño; descubrió (como había venido descubriendo cada mañana, durante los últimos años) lo falaz y frustrante de la onírica sensación. Conocía el sagrado deber de ser recto, rígido y vertical, como los menhires. Y no sólo debía conocerlo, sino serlo, disfrutarlo, cómo lo había hecho por años, desde la muerte de su único padre, quien lo había puesto en pié por primera vez y de quién había sabido aprender con interés y paciencia, los placeres y deberes de la verticalidad absoluta, suprema e inobjetable.
Ian salió de casa. Su desprevenido rostro chocó con un muro de duras miradas. En la calle, todos parecían conocer su duda. Cómo siempre (y verdaderamente, siempre) caminó entre los demás, haciendo caso omiso de sus gestos, rumores y olores.
Ian llegó al bosque. Era uno de sus lugares favoritos. Aparte de un trabajo, el revisar los árboles era una de sus más profundas pasiones. Admiraba lo recto de sus troncos; la absoluta verticalidad con que se erguían le recordaba con inusitada fidelidad, la emoción de su sueño. Largas horas entre los árboles, largas tardes y las ansias inmensas de ser verdaderamente recto, rígido y vertical, cómo los menhires.
Ian regresó a casa. Sus tres únicos hermanos y su única madre lo recibieron con habitual sonrisa, cerrar y abrir de ojos y la oración de la noche.
Pronto, Ian soñaba de nuevo. Caminaba a lo largo del prado, rumbo a la colina tras de la cual se levantaban sus admirados monolitos. Caminó toda la noche, más no lo halló; allí acabó su sueño.
Ian despertó. Su lecho, y todas las cosas de su habitación estaban allí; más no así la habitación, ni la casa, ni nada. Estaba en el prado y los demás estaban allí, a su alrededor; sin embargo esta vez su rostro no sintió sus miradas. Los demás estaban ciertamente allí, rectos, rígidos y verticales, cómo los menhires. Las vacías cuencas de sus ojos se dirigían al cielo, en total éxtasis. Por vez primera, aborrecía a los menhires; también, por vez primera, les temía.
Ian lloraba. Se tendió en el lecho y por algunos segundos, se sintió diferente. Con determinación, hizo un rápido y fugaz movimiento, que ellos, (los menhires) aprobaron en silencio.
Ian callaba.
Sus únicos hermanos, preocupados, tocaban insistentemente la campanilla de su puerta (era del todo justa tal preocupación, pues eran sus únicos hermanos).
Presintiendo algo fuera de lo común en la habitación de Ian, penetraron a través de la pared, decididos ante los desesperados ruegos de su única madre; ruegos que se convertirían en llantos, gritos y lamentos; pues lo que vieron los únicos hermanos y la única madre, los llenó de horror, desconcierto y vergüenza; porque tendido en la cama, con una daga en la mano, y la daga hundida hasta la empuñadura en su pecho, Ian, con una evidente sonrisa, disfrutaba del más pagano de los placeres: Ian estaba muy recto, rígido y horizontal, cómo los dólmenes, cómo los muertos.



LA BRUJA SE LLAMABA AJONJA. Y YO NO SOY UNA MONSTRUA (Duglas Moreno)
Con ideas de mi hija Iglorién  Moreno Navarro
Vi que la bruja nacía por la ventana. Entonces, los padres se fueron para el mercado. Pero la bruja era más grande que la ventana y entró por la puerta. Se quedó quietica en el comedor. No se movía, el vestido sí. Cuando la bruja  se miraba en el espejo, aparecía una máscara con un solo diente y en la mano no tenía mano, solo una escoba para volar. Los ojos de la bruja eran de una monstrua. Cuando los padres llegaron, la mamá se asustó. La bruja se fue a la cocina. Un niñito amigo mío se metió al cuarto y la brujona estaba en el cuarto. Decía que estaba perdida. Entonces le abrimos el baño y ella no se quiso bañar.  La brujita se metió debajo de la cama y los amiguitos míos comenzaron a saltar y a jugar encima de  la cama y  a la bruja le dolió la cabeza. Y se escondió detrás de la puerta y yo la asusté – y yo no soy una monstrua- es que las brujas se asustan cuando se quedan solas con los niños. La bruja tuvo que irse. Cuando llegó la policía, no había nadie, entonces yo me quité la máscara y la guardé.

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