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lunes, 12 de junio de 2017

Breves cuentos, mitos y leyendas indígenas (11)

Imagen el archivo de Manuel "Guajiro" Ferdán




LA NIÑA PERDIDA (etnia Pemón)
Otro, un hecho más reciente. Una niñita en Apano (Distrito Sifontes), eso fue hace 5 o 6 años atrás, los integrantes de esa comunidad fueron a una pesca comunitaria. Es normal del Pemón cuando van a pescar que cada uno lleve su bojote de barbasco.
Entonces como uno no tenía se paró a buscarlo, sabía dónde. Pero la hija de él, de unos 8 o 9 años siguió en vez de quedarse a esperarlo. Pero como estaba muy pegada a su papá dice: ¿Y mi papá? – No, ese quedó cortando unos barbascos, ese viene ya. Ella se regresó a donde le dijeron que había quedado su papá. Y el papá no sabía que la hija había regresado, creyendo que había ido con la comunidad llega allá.
Cuando el papá ¿Y tu hija? Ella se regresó a buscarte. – Yo no sé. Desesperado, busca y busca.
¡Tardaron veinte días para localizar a una niñita de 8 años!

Tomado de Pataamunaanü´nin: Nuestras Tierras son de nosotros (Etnia Pemón). Carlos Figueroa. Ediciones El Pueblo. Ciudad Bolívar. (2005)



EL REY ZAMURO (etnia Yukpa)
(Ocosie) 
Atancha, el primer hombre, había quedado viudo. Murieron sus primeras esposas, las bellas mujeres que le consiguiera Sakurare. Pasaba el tiempo y el yukpa estaba cada vez más triste. Cansado de la soledad, deseaba encontrar una nueva esposa. Pensó en cómo hacer para lograrlo.
Un día se encontraba trabajando en el campo cuando llegó la familia de Ocosie, el Rey Zamuro. Es un ave hermosa que habita la Sierra de Perijá. Su cuerpo es blanco y negras sus alas, mientras que el cuello ostenta un vibrante color rojo. La familia Ocosie aconsejó a Atancha que se casara con esta ave y lo instruyeron sobre lo que debía hacer para lograrlo.
Siguiendo las indicaciones, Atancha se untó el cuerpo con con carne podrida de un cochino de monte que había cazado. Luego se tendió al sol y así estuvo varias horas, hasta que las moscas le cubrieron todo el cuerpo. Llegaron entonces los zamuros negros, los Kurumachu, a ver si realmente estaba muerto. Él contuvo la respiración, sabía que los Kurumachu no tocan los cadáveres  hasta que aparece Ocosie, el Rey Zamuro, quien abre los cuerpos con una navaja que lleva en el cuerpo y luego reparte la carne entre todos.
Ocosie llegó y se posó sobre Atancha que fingía estar muerto. Pero en el momento en que iba a usar su navaja, el yukpa asió las patas del ave y comenzó hacerle cosquillas por todo el cuerpo, hasta que empezó a soltar las plumas. De tantas cosquillas, Ocosie lanzó una carcajada y en ese instante se transformó en mujer.
Atancha la tomó por esposa y la llevó a vivir con él a su pueblo.
Fueron muy felices, hasta que un día, al volver del conuco, Atancha encontró vacías las sepulturas de sus primeras esposas.
Buscó los cuerpos por todas partes y no los encontró.
Entonces supuso que había sido su nueva compañera, Ocosie, quien las había hecho desaparecer del lugar. Furioso le preguntó:
-¿Qué hiciste?
-Yo no hice nada – aseguró ella.
Atancha se disgustó muchísimo y reprendió duramente a Ocosie. Ella protestó. Se puso triste y lloró mucho.
Al amanecer, Atancha no lo encontró en la hamaca. Ofendida, se había ido. Pero en su lugar, dejó una gran cantidad de zamuritos pequeños, que alzaron el vuelo cuando Atancha sacudió la hamaca.
Estos zamuritos son los hijos de Ocosie y Atancha. Se llaman Tovakasa y hay muchos en la Sierra de Perijá, pero los yukpa no los comen porque al ser hijos de Atancha son mitad humanos.

Tomado de “El mundo mágico de los yukpa”, Marisa Vanini y Javier Armato, Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana  (2005)



LA CREACIÓN DE LAS FRUTAS CULTIVADAS (etnia Piaroa)
Los waikunis trabajaron y luego descansaron. Aún no habían visto agua, pues todavía no existían los ríos. Los waikunis le pidieron agua a Wajari, pero Wajari respondió así: —Los hombres no beben agua cuando trabajan. Solamente las mujeres lo hacen. Los hombres soplan yopo o beben kaapi. Pero ustedes siempre quieren agua. Y no está bien. Yo siempre trabajo con yopo y no con agua.
En verdad Wajari tenía agua, pero no les quería dar. En las plantaciones trabajaban varias mujeres y Wajari les pidió agua: “Nosotras tomamos agua mientras trabajamos, pero los hombres no hacen así”.
Wajari les preguntó de dónde tomaban agua. —Nosotras tomamos el agua de allá –y señalaron hacia el campo. Wajari dijo así: —Está bien. Tengo sed. Y se fue para el arroyo.
Y entonces ocurrió, cuando se dirigió hacia el arroyo, que los waikunis soplaron magia a los pensamientos de Wajari. Wajari se enajenó y estuvo vagando por la selva durante años. Pero antes Wajari preparó una soga bien gruesa y ató entre sí las ramas del árbol, para que los waikunis no lo pudieran cortar.
Wajari les preguntó a los waikunis que por qué no habían cortado los árboles. Trataron pero no pudieron. Un bicho se subió al árbol y se comió las amarras. Los waikunis estaban felices, pues ya podían comer de las frutas.Comían felices. Vino Enemey y también Buoka para comer. Cada vez venía más gente, recogían las frutas y se las llevaban para su churuata.
Mientras tanto, Wajari andaba medio enajenado por la selva: —¿Dónde está mi árbol? –preguntó–. Le preguntaré a los waikunis que si se comieron o no mis frutas. Discutieron los waikunis y decidieron que si Wajari llegaba y preguntaba
por las frutas, habían de responderle: 
—Nosotros no sabemos nada del árbol. Seguro se lo diste a otro pueblo. No nos comimos las frutas. Otros pueblos se las comieron. Los blancos, los makiritare, los yabarana, los guajibo.
Más tarde, Wajari vio el árbol, pelado completamente. No tenía nada, solamente el tronco. Wajari no tenía qué comer. Se puso a mascar las hojas. —¿Quién se comió mis frutas? –preguntó.
Los waikunis dejaron una sola piña. Se llevaron todo con excepción de la piña. Wajari dijo así: “¡Oh, mi pueblo me dejó una piña!” Pero, Buoka en la fruta dejó una enfermedad, que pudo habérsele pegado a Wajari. El aire se llenó con las mentiras de los waikunis. Wajari dijo: 
—Está bien. Le preguntaré a esos pueblos, a los makiritare, a los yabarana, a los guajibo si fueron ellos los que se comieron mis frutas.
Wajari peló la piña y cortó una tajada. Pero sintió un dolor terrible, se enfermó, la cabeza y los dientes le empezaron a doler. Según los piaroa todavía ahora tiene la piña esta enfermedad, pero no le cantan. Esta enfermedad la tienen todos los animales: sobre todo si te comes la cabeza de los animales, especialmente la de los peces. Por eso es que los jóvenes no pueden comer cabezas de pescado. Atraviesa todo el cuerpo del báquiro.
En cuanto se le fue la fiebre, Wajari entró en su churuata, en la Affaraba Ojucho en donde se encontró con Buoka. Wajari le preguntó: —¿Quién se comió las frutas de mi árbol? ¿Fueron los piaroa? Buoka le respondió así: 
—No hermanito, jefe de todo el mundo. Nosotros no las comimos.
Los waikunis no se las comieron. Vimos que saliste para el arroyo, pero no regresaste. Por eso salimos a buscarte, gritando tu nombre, pero no me contestaste. Nosotros, waikunis y piaroa, no comimos de tus frutos.  Y cuando regresamos de buscarte, ya las frutas habían desaparecido. Seguro que fue obra de los makiritare.
Wajari solamente oía sin responder. Sabía que su hermano estaba mintiendo. Y entonces dijo: —Hermano, creo que mientes. Tú te comiste mis frutas. Cuando creé el árbol no había makiritare por los alrededores. Creo que fuiste tú, junto con los waikunis, quienes se comieron mis frutas.
Pero Buoka lo negaba rotundamente. Por eso Wajari dijo que iba a ir a preguntarle a los blancos sobre todo esto y salió en dirección de la tierra de los blancos y los makiritare. —¿Comieron ustedes mis frutas?
Respondieron que no habían ido por allá y que no sabían de eso. Solamente oyeron que tenía un árbol de frutas. Wajari regresó donde Buoka y le dijo que esos pueblos no se comieron sus frutas. Buoka respondió: —Tal vez fueron los piaroa.
Así Wajari fue a visitar a los piaroa. Entró en sus churuatas y les preguntó si habían comido de sus frutas. Ellos negaron y dijeron que ni sabían que ese árbol existía.
—Oímos que trabajas junto con tu hermano, tus sobrinos y tu tío. Pero no sabíamos que habías cortado el árbol, o que nosotros te hubiésemos ido a visitar.


Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos Boglár  Fundación Editorial El perro y la rana (Caracas, 2015). 

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