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lunes, 20 de marzo de 2017

LA TOMA DE SAN FERNANDO DE ATABAPO (José Alberto Pérez Larrarte)

De la laboriosa gente llanera partieron muchos líderes de esta batalla. Imagen en el archivo de Beto Mirabal.



“La toma de San Fernando de Atabapo, se dio en 1921. Fue hecha por un puñado de hombres sedientos de Libertad. El 30 de enero fusilan en medio de la plaza al tirano de Río Negro, como llamaban al coronel Tomás Funes y a su lugarteniente Luciano López.

Al coronel Funes no se le puede negar que fue guapo y de recia personalidad, llegó a dominar esas tierras del Amazonas por más de ocho años, por su controversial vida se cuentan muchas cosas, positivas y negativas. No todos lo odiaban.

Una de las cosas positivas que se cuentan de él, en esa pequeña y escondida comarca del Amazonas, es que cuando mandaba a la selva a su personal a hacer exploraciones para obtener el preciado recurso del caucho, mientras ese personal estaba en la selva, él religiosamente visitaba a las familias de esa gente que le servía, pendiente de sus carencias; era un celoso guardián de la situación económica de esas familias y otra cosa: que si alguno se aprovechaba de la situación para cortejarle  la mujer a otro, era ferozmente castigado y hasta fusilado como escarmiento. Todo hombre por muy bárbaro que sea tiene un lado de bondad y él la tenía, indudablemente.

Durante sus ochos años que mandó en el Amazonas, puso unos impuestos muy elevados, con la intención de ahogarlos económicamente y poder obtener más recursos, dinero, morocotas o cualquier otro bien; en ese tiempo lo que circulaba eran las morocotas de oro, eso era normal y más en una tierra con tantas riquezas extraídas de su suelo.

No podía haber disidencia, tampoco hablar mal de Funes, sino en bien y pobre de aquel que lo acusaran de expresarse mal de él, era fusilado o encarcelado con un par de grillos, sin derecho a comida, hasta morirse de hambre”.

Estaba de lo más animado y imbuido en el recuerdo de aquel hecho, de tanta significación para lo que fue la gesta libertaria de aquellos hombres que lucharon por derrocar la tiranía gomecista, principalmente el legendario general Emilio Arévalo Cedeño, quien dirigió tan aventurada acción heroica.

Le interrumpo para preguntarle cómo o qué le anima al general Arévalo Cedeño realizar dicha operación, que para cualquiera era algo inverosímil, más cuando al que iba a enfrentar era ya toda una leyenda de valor y pánico.

Noté que hice que su verbo se encendiera. Con absoluta convicción me respondió sin perder detalle alguno en su narración novelesca:

“Él sabía que por allá, por la llanura del Casanare, tenía fama la figura de un guerrillero antigomecista, ya convertida en leyenda, era el general guariqueño, Emilio Arévalo Cedeño.

A mí, quien me comunicó la acción que pretendía llevar el general Arévalo, fue mi hermano Cincinato, quien era su secretario de confianza. Le llegó la noticia que en el Amazonas había un hombre, un dictador, un tirano que tenía subyugado al pueblo y además de eso, que tenía morocotas de oro y sobre todo armamentos y municiones; era lo que más interesaba para fortalecer la lucha antigomecista.

El plan de Arévalo de invadir San Fernando de Atabapo no duró mucho en llevarse a cabo. Después de conferenciar y dividir el campamento revolucionario de Cravo Norte, entre Emilio Arévalo Cedeño y Pedro Pérez Delgado, dos grandes jefes de esa revolución, yo me quedo con mi general Maisanta y Cincinato se va con su general Emilio Arévalo Cedeño. Parten para el Amazonas 192 hombres con Arévalo Cedeño a la cabeza, lo recuerdo clarito, el 31 de diciembre de 1920.

Fueron muchas las penurias y calamidades que vivieron por esos selváticos caminos, mayormente marchaban de noche, enfrentando un mundo de peligros por esos pajares inhóspitos e inexplorados, rogando no ser descubiertos por esas tribus salvajes que minaban esos montaraces caminos de soledad.

Atravesaron en la noche el Orinoco, llegaron en silencio por la Pica del Tití; en la madrugada del 28 de enero de 1921 sitiaron a San Fernando de Atabapo; pero el coronel Funes respondió. Guapo era el hombre, 48 horas estuvieron combatiendo. Arévalo, al darse cuenta que estaba quedando sin pertrechos, mandó a petrolizar la casa para no perder ese viaje tan largo infructuosamente. Dándose cuenta que era poca la gente que le quedaba a Funes, estaban bien reguarnecidos detrás de las paredes de la casa; pero los hombres de Funes se dan cuenta que están petrolizando la casa y le avisan a su jefe, quien de inmediato mandó a sacar una bandera blanca y lo invitó a parlamentar.

Luego de la rendición José Tomás Funes es llevado a presencia del general Emilio Arévalo Cedeño. Al llegar, mirándole a los ojos, le dijo: -mi general Arévalo Cedeño- y Arévalo le responde -su servidor-, aprovecha Funes y le dice –oiga general, ordene, que me devuelvan mi revolver y yo me retiro para el Brasil y no vuelvo más para acá. A lo que Arévalo responde, -óigalo bien, coronel Funes, usted es el vencido y el vencido no impone condiciones. Nosotros le vamos a hacer un Consejo de Guerra y si usted aparece inocente podrá disponer de sus bienes y de su libertad; pero, si aparece comprometido será sancionado por lo que determine el Consejo de Guerra. Lo encontraron culpable de 440 muertos, le aplicaron la pena de muerte, como también a su segundo, Luciano López, tan sanguinario como él”.

Don Hilarión; pero son muchas las cosas que se han dicho sobre ese asunto, unas en contra del general Arévalo y otras a favor del coronel Funes.

No me dejó terminar de inmediato; de manera airada me respondió con su característica firmeza y con su elocuente verbo de excelente narrador.

“Doctor Tapia, cuanta vaina no se ha dicho para enlodar la vida de mi general Arévalo y eso lo sabe usted. Recuerde que también se dijo que Funes trató de sobornar a Emilio Arévalo Cedeño, pero éste, demostrando su honestidad revolucionaria, le rechazó el ofrecimiento, que se asegura consistía en varios cajones de morocotas de oro.

De este supuesto episodio hasta surgió una copla que por muchos años anduvo de boca en boca, creo recordarla:

En 1921 una mañana de enero

fue que amaneció de fiesta,

el pueblo de San Fernando

pues condenaron a muerte

al tirano de Río Negro

gritaban con alegría

¡Viva Arévalo Cedeño!

Le ofreció dinero a Emilio

este dijo no lo quiero

yo solamente haré

lo que decida este pueblo.


El 30 de enero de 1921, como a las nueve de la mañana, fue sacado Funes en presencia del pueblo y de un pelotón de fusilamiento que le esperaba.

El comandante del pelotón de fusilamiento dijo 20 pasos al reo, e iba contando en voz alta uno, dos, tres… y eso sonaba como lumbre en aquella plaza silenciosa, lo que se oía era la voz del cantante de los pasos, quien, ante la mirada atónita de los presentes, iba a ejecutar la orden del Consejo de Guerra.

Marcos Porras, quien era el comandante del pelotón de fusilamiento, se le acercó a Funes y le dijo: Lo vamos a vendar coronel. Funes con su incendiada mirada respondió -a los hombres como yo no se vendan. Quiero ver la cara de mis asesinos-. Dicen que entregó a uno de los oficiales del pelotón de fusilamiento un anillo de oro con brillantes y le dijo en voz alta, - use este anillo en nombre de Tomás Funes-. El anillo y que originó la muerte violenta de todos los que lo usaron.

Luego de entregar su anillo al oficial, grito a todo pulmón. – Maldito sea el traidor de Antonio Levanti, quien me vendió a Arévalo- y sin bajar su rostro se quitó el sombrero, lo lanzó al público aglomerado en la plaza y se despidió:- Adiós amigos míos.

Dispuso el capitán Elías Fuente Hernández, quien era el capitán del Cuerpo de Parada, a ordenar, firme y a discreción; el capitán Marcos Porras dio la orden de fuego, procediendo a ejecutar el fusilamiento, cayendo abatido sobre la arena que circundaba la plaza; allí cayó inerte, todo vestido de negro y su cuerpo ensangrentado, enseguida llegó un médico a constatar si estaba muerto”.

Caramba, don Hilarión, no cree usted que ese hecho magnificó la vida del coronel Funes, convirtiéndolo en un mártir, un mito, en una leyenda que reanima la inventiva del venezolano a tenerlo presente entre la realidad y la ficción.

“Eso es muy sencillo de entender, doctor Tapia. Funes era una leyenda en vida y luego de su muerte se propagó por todos esos montes de Venezuela, Brasil y Colombia. Se habla de una lista de muertos, a quienes iba anotando en su cuaderno de víctimas.

Muchos dicen que aún lo ven desandando en esas selvas y que hasta que no consigan una gran vasija que enterró repleta de morocotas de oro no va a descansar en paz.

Después del fusilamiento de Funes, Emilio Arévalo Cedeño y sus hombres se fueron, no se llevaron dinero, pero si unas pocas armas y municiones que había, dejando un encargado en el gobierno revolucionario que instaló en el Amazonas; pero fue por poco tiempo por cuanto Gómez, mandó una expedición y volvió a apoderarse del Amazonas.

Son muchos los comentarios que se tejen, contados por esa peonada de hombres que estaban a su mando. Aseguran que él se preocupaba por conservar el bienestar de los que le servían, en lo moral y económico de sus familias; pero no temía para atentar contra la vida de los que le adversaban.

Allá en esa intrincada selva quedan muchos de sus descendientes, unos son de apellido Betancourt, otros han muerto.

San Fernando de Atabapo ha sido siempre un pueblo reducido, limitado a cuatro calles nada más, la plaza, iglesia y casas de bahareque. Se comenta que cuando cae el cuerpo inerte de Funes, se acercó una señora, ayudada por otra persona, lo envolvió en un manto y se lo llevó al velatorio y luego lo enterró; se sospecha que era su mujer. Esa señora se llamaba Josefa Mirabal, en las actas de bautismo de esa época siempre aparecen como padrino Tomás Funes y madrina Josefa Mirabal.

No dejó hijos allá, solo una hija que trajo con él llamada Gumersinda, casada con Pascual Betancourt. También se dice que en la época del caucho hubo empresarios que mataron más gente que Funes. Allá se vivía en la barbarie. Cuando se abrieron esas comarcas para explotar el caucho, con Brasil, Colombia, Perú y Venezuela, en 1840, asesinaron a más de diez y seis mil indígenas y en el año 1913 cuando bajó el caucho, con el boom de los ingleses e Indonesia, llegaron a quedar solo diez y siete mil indígenas; a unos los mató el hambre, a otros las fieras, los patronos y explotadores del caucho.

Lo que sucedió fue que Funes pasó por las armas a la gente ligada a la sociedad de Ciudad Bolívar, esos si reclamaban, tenían quien los cobrara, tenían dolientes, Funes no tocó a los indígenas.

Doctor Tapia, después de terminada esa condenada guerra y volver a la paz solariega de mi hogar, empezó a regarse de boca en boca un corrio por todos estos llanos de Colombia y Venezuela; aun lo recuerdo, la memoria no me falla, decía así:

Tomás Funes se llamaba

el tirano de Rio Negro

¡Ah, malhaya la justicia

de un Arévalo Cedeño

el protector del lisiado,

el amigo de los buenos,

el que siempre tuvo espada

al servicio de los pueblos!

Allá viene don Emilio

el del semblante sereno,

caballero de una nube

porque no le gusta el cielo

que esté contento el que sufre

estén seguro los buenos,

que los tiranos se acuerden

de la lección de este ejemplo

que entre mala gente inicua,

la lanza de este llanero

se asoma de puerta en puerta

todo el mundo para verlo

caballero en corcel brioso,

es del llano y es del cielo

lleva en la mano laureles

y luceros en el pecho

Tomás Funes se llamaba

el tirano de Río Negro

ah malhaya la justicia

de un Arévalo Cedeño.


Caray, doctor esas son las cosas de la vida, cada quien las cuenta a su manera, lo cierto que ambos personajes hicieron historia y lucharon a su manera por lo que creían”.

No quise interrumpirle, su memoria estaba tan fresca que fluían sus diáfanos recuerdos; solo me dediqué a atender su narración sobre la toma de San Fernando de Atabapo.

Al solo escucharle sus cuentos me di cuenta que don Hilarión Larrarte La Palma, el viejo capitán de las luchas guerreras antigomecistas; era un cronista de la emoción cotidiana, un excelente narrador, un soñador trashumante, un atormentado por tantas cosas que tenía que contar y le ahogaban la conciencia; pero para nadie es secreto que la vorágine del petróleo está socavando el alma del pueblo y trasgrediendo su cultura.

Cada día se borra más la memoria histórica, se atenta contra la autenticidad del venezolano. Lo nuestro vale menos y disminuye el amor por lo trascendente, sencillamente se desprecia a lo nuestro y prevalecen los intereses foráneos y la adoración por nuevos héroes que nos deja la cultura del petróleo que se impone en la conciencia nacional.

No sabría apreciar cuál de los dos interlocutores estaba más poseído por la emoción nostálgica, tal vez haciendo un juicio de valor podría concluir que cada uno, a su manera, los embargaba una mágica conmoción que de una u otra manera la manifestaban en su verbo creador y en la máxima capacidad de entremezclar la realidad con la ficción.


José Alberto Pérez Larrarte Cronista Oficial de Barinas (de su libro Inédito  El último soldado de Maisanta). Este intelectual, además tiene una amplia obra de textos publicados en en historia, crónicas, ensayo y poesía. "De sangre caribe y obispeña".





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