Degustaba tiernamente un ligero bocadillo (archivo de Sebastián Nava)
Entro al restaurante chino ubicado en la esquina de la alcaldía; lo típico al entrar solo, los demás clientes asientan sus miradas en mi andar, nunca he llegado a saber con exactitud cuál es la causa que motiva tales instintos, tal vez les resulte medio extraño que un imberbe llegué sin la compañía habitual del padre o la madre y con un esbozo de naturalidad suficiente como para ordenar el número 3 al mesonero cerca de la barra, evitándole la incomodidad de traerme el fastidioso menú, el mismo de siempre, sin variación, los mismos siete platos de siempre con los típicos adornos.
Parece que
llegué a buena hora, hay varias mesas vacías. Mientras espero saco un libro de
mi vetusto bolso… sí, igual que el menú el mismo de toda mi vida. Alguien
interrumpe mi concentración en el tratado de Ritos, fuegos, ceremonias y
fantasmas del Dr. Silva; no es más que un pobre diablo de los que usan
imitaciones, andan acompañado de un hombre de perfil regular – al que dicho sea
de paso no hacen más que lustrarle las botas – que desempeña cierto cargo en el
gobierno o es familiar de algún diputado o concejal, usan un pacholí con jazmín
que de ser yo funcionario de la sanidad lo pongo en cuarentena inmediatamente;
el atorrante ser en cuestión le pregunta al encargado de la barra por una
legumbre de aspecto raro que uno de los distribuidores del restaurante trae
religiosamente todos los martes; el chino por cortesía le responde que la
hortaliza se llama lo mei, lu mua, … o algo por el estilo. ¿Qué diantre va a
ser alguien como él, que sin ánimos de despreciarlo, a simple vista se ve que
vive de pedir prestados a los incautos y su techo es el que le ofrece la madre
o el piadoso cuñado – con intervención de la hermana por supuesto – con saber
eso? A priori se ve que no posee las ventajas corporativas ni comparativas para
cocinar mínimo una lumpia.
Tal hastía
estupidez ha servido para darme cuenta del esbelto mausoleo u oda a la mujer
que no noté al entrar, que casualmente está frente a mí y que tiene todo lo que
he deseado o aspirado en la vida de una mujer, ojos, cuerpo, piel, color… Tomo
rápido una servilleta, muy transparente, por cierto para la labor a la
que está destinada, pienso en escribirle cualquier estulticia, aunque sea mi
número para que me llame, que estupidez digo ella no me va a llamar, pero nada pierdo
con acercármele.
Todo parece
perfecto, como desearía detener el tiempo entre nuestras miradas huidizas,
alguien tose devolviéndome a la realidad, es allí que observo al defecto que le
hace compañía: un hombre pasado de los cuarentaitantos, a simple vista se
deduce que es su pareja aunque pareciera más bien su padre; él le dirige la
palabra, ella está inmutada, absorta en la puerta, si me vio entrar a lo mejor
espera que alguien de mayor estatus y edad cruce la puerta. En más de tres
minutos nadie ha pasado, además de mí, por esa puerta; trato de buscar su
mirada, indagando un halo de seducción, escarbando empatías entre dos
desconocidos que marchan divergentes, trato de ver lo intimo de su psique. El
marido sigue hablándole y ella aún como si no le importará; empiezo a cuadrar
cuentas, una esposa joven fastidiada + un marido pendejo = mujer necesitada,
mujer necesitada + joven libinidoso + intenciones de arrollar al mundo en su
cuerpo = affaire, esto último algo muy bueno para mi currículo. Ya las cuentas
están listas, nada es mejor, ya empiezo a imaginar tu nombre Marlene, Maryory,
Miriam… es lo que menos importa, empiezo a sacar los análisis financieros de
una tarde contigo, mi cuerpo cediendo ante tus manos, nuestros labios caminando
juntos al beso eterno, alimentándome de la ambrosia del vaivén de tus caderas…
importas sólo tú y nada más, ahora resuena en mis recuerdos aquel aforismo
maquiavélico extraído del libro que le robé al portugués de la frutería, no he
fijado los medios pero los objetivos ya fueron dados.
Yo mientras entre mis
fantasías observándote sin que te des cuentas, o acaso ¿Sí lo
sabes? ¿Estarás jugando a ver si caigo en tu red? ¿Cuántos más
habrán pasado por tus labios?, eso a mi moral le importa poco, total es fulgor
de un rato. En eso llega el mesonero con el menú 3, el muy imbécil nubla mi
panorama con su camisa otrora blanca hoy nácar, cuando por fin se aleja, algo
ha cambiado, ¿De dónde diantre salió ese niño?, un bebé de brazos, ahora me
explico el tamaño de aquel par de monumentos, todos los sueños se han ido
contra el suelo, las matemáticas ya no están a mi favor, las ecuaciones
perdieron su configuración inicial por esa variable imprevista, una esposa
joven fastidiada + niño + marido pendejo = mujer en búsqueda de candidato,
mujer en búsqueda de candidato + joven libinidoso = affaire, affaire + mujer
desilusionada = problemas, problemas + marido pendejo celoso + amigos medio
mafiosos o cleptómanos de vidas a sueldo = mi mamá tomando chocolate y mis
allegados hablando de lo bueno que era el muchacho.
(*) Autor: Daciel Pérez. Tomado de su libro: Inducciones sobre el banquillo. Edición del Sistema Nacional de Imprentas- Cojedes. San Carlos, 2009.
(*) Autor: Daciel Pérez. Tomado de su libro: Inducciones sobre el banquillo. Edición del Sistema Nacional de Imprentas- Cojedes. San Carlos, 2009.
Me pareció original y cómico lo de las ecuaciones, lo disfrute de verdad, que bueno que se dio cuenta a tiempo del posible resultado de la cuenta, saludos Isaias
ResponderEliminarMuy ingenioso!!! Affaire más marido celoso son muy mala combinación jejeje. Gracias por esta estupenda historia. Saludos Isaías.
ResponderEliminarHay que ver que inequívocas y exactas son las matemáticas para la vida!!! Me encantó este manual de servilleta. Un saludo, Isaías.
ResponderEliminarDivertida e inteligente historia que le quita a lo abstracto y complicado a las matemáticas.
ResponderEliminarSaludos amigo, gracias por estos cuentos.