Mujer llanera ante el paisaje. Archivo de Manuel Ponte Iriarte
Hay en el Llano tres acontecimientos binacionales que -además de aunar la hermandad de dos patrias vecinas- robustecen ese sentimiento, ampliamente conocido como llaneridad: circunstancia de ser como somos los humanos nacidos en ese gran bajío que responde al nombre de llanura, es decir, la sabana: auténticos, orgullosos de nuestra idiosincrasia de llaneros, amantes de la libertad plena a los cuatro vientos y fieles cumplidores de la palabra empeñada.
Dos de ellos son los encuentros de cultores: el “Simposio del Llano y los Llaneros”, itinerante en diversos lugares, tanto del llano venezolano como del de Colombia. Asimismo el “Simposio Internacional sobre Historia de los Llanos Colombo-Venezolanos y la Orinoquia”; y en el campo artístico, el “Festival Internacional de Música Llanera El Silbón”, con sede única en Guanare, estado Portuguesa, donde se dan cita, además de las cinco entidades llaneras de Venezuela, invitados especiales como Monagas, Bolívar, Lara y Mérida, tres de los cinco departamentos llaneros de Colombia: Meta, Casanare y Arauca. En el marco de la XII edición de El Silbón (1985) conocí al poeta VÍCTOR MANUEL GUTIÉRREZ, próximo a cumplir 69 años. En aquel escenario nos exigió el verso octosílabo a rivalizar como poetas y como declamadores en el renglón “Poema inédito”, pero, finalmente, a constituir una amistad que –pese a ser breve, por su desaparición física- fue sólida y fraterna.
Allí estaba VIMAGÚ (como era su pseudónimo de guerra): majestuoso, a pesar de su sencillez, ataviado de kaki, sombrero pelo e` guama verde y sus lentes de carey, representando al estado Cojedes. Digo sin mezquindades que resulté acreedor del 1er. lugar porque, tal vez se impuso mi arrojo juvenil para declamar, ante su avanzada edad, pero su poema “Adiós bonguero del verso”, por el contenido literario y el sentir telúrico del cual se revestía, esa noche quedó haciendo eco a los cuatro vientos de la capital portugueseña. Sin embargo yo hubiese quedado más satisfecho, de haber resultado triunfador el viejo bardo de la voz aguda. Desde ese 1º de noviembre nació una hermandad de poesía y un afecto de padre-hijo; y es que su esposa MARÍA DE JESÚS TOVAR DE GUTIÉRREZ (la incansable MARUJA), se vino hasta Guanare, como emisaria del poeta para invitarme a su casa en Tinaco. Allí, entre libros, manuscritos, composiciones llaneras, programas radiofónicos grabados en casetes y anécdotas de pioneros del joropo y del pasaje: Loyola, Eneas Perdomo, Ángel Ávila, Catire Carpio, Carlos González, Juanito Navarro –entre otros- conocí CORRIENTE, ESPUMA Y ROCÍO, su único libro publicado. Lo demás, todo está inédito, bajo el cuido de su perenne custodia MARUJA.
La primera edición de este libro, recuerdo, se la solicité a la Asociación de Escritores del Estado Cojedes, presidida entonces por el Profesor y Escritor Víctor Sánchez Manzano, a quien entregué en 1991, los textos transcritos a máquina, seleccionados y prologados por mí. El material –al parecer- se extravió, y la esperanza de publicación quedó en el limbo. Así transcurrió el tiempo. Víctor Manuel enfermó y falleció en febrero de 1993. A finales de ese mismo año, un buen día me llamó Sánchez Manzano para informarme que el libro no estaba perdido del todo, pues los textos estaban transcritos en planchas fotomecánicas, listas para la impresión. De esta manera milagrosa logró salvarse del anonimato Corriente, espuma y rocío. Lamentablemente el sueño se consolidó cuando ya su autor había fallecido. Lo presentamos en el verano de 1994, en una Sesión Solemne en la Municipalidad de Tinaco, presidida por el entonces alcalde Alberto Galíndez. Tuve el honor de ser Orador de Orden, para disertar sobre esta obra tan sencilla pero inmortal y trascendente para la literatura llanera.
VIMAGÚ encarna, en la cultura del llano, una excepción: la de un trovador no nacido en estos lugares, pero sí una de las plumas del siglo XX, consagrada a la llaneridad. Un llanero nacido en Caracas, en diciembre de 1916, que comenzó su vida como pregonero de periódicos como “El Universal”, “El Sol” y “Fantoches”, dándose el lujo de presenciar conversaciones de intelectuales de la talla de Andrés Mata, Antonio Arráiz, Arturo Úslar Pietri y Leoncio Martínez “Leo”. Quizás este primer contacto vital con el universo intelectual despertó en él la vena poética innata y su interés por los libros. Años después, muy joven aún, recorrió los llanos apureños donde Maruja “se prendó de sus corríos”; San Juan de Los Morros y Calabozo en Guárico, donde fungió como productor y locutor de programas de música llanera. De esta experiencia, su custodia conserva una cantidad de casetes en los que entrevista a distintos íconos de la poesía musical llanera de aquellos años 50 y 60. Luego de esas andanzas, se establece en Tinaco, donde se erigió como pilar fundamental de la cultura del pueblo. Las puertas de su casa han estado siempre abiertas para brindar luz al pensamiento. Su biblioteca personal, sus libros de cabecera y su caudal de poesía inédita han sido y seguirán siendo referencia obligatoria para la juventud tinaquense y cojedeña.
Su poesía nativista, predominantemente es octosilábica, aunque escribió muchos textos en arte mayor y algunos versos libres. La temática está exclusivamente sustentada entre las corrientes nativista, criollista y costumbrista que, globalmente, abarcan el mismo sentimiento. Particularmente el poeta escribió estrofas “OCTAVAS”, cuya rima (entre consonante y asonante) se combina así: A-B-B-A-A-C-C-A, es decir: el primer verso, combinado con el cuarto, el quinto y el octavo, el segundo con el tercero y el sexto con el séptimo:
Bajo el ancho azul del cielo,
entre celedonia y malva,
yo vi cruzar con el alba
una manada de anhelos;
y vi volar con recelos
una solitaria garza
que parecía una hogaza
de pan cayendo del cielo.
Como buen poeta, no elude el romance en ocho sílabas, donde sólo se combinan los versos pares. Sin embargo, es notable la presencia de estrofas endecasílabas y dodecasílabas, combinadas con versos de arte menor y rimas diversas:
Feliz el hombre que tu amor alcanza
y en tus brazos lo rinda el embeleso,
quién pudiera vivir ese romance
y sentir que lo matas con sus besos.
Bendiga Dios tu imagen seductora
y que a tus pies se rindan los galanes,
eres divina, criatura encantadora,
florezcan en tu honor los flamboyanes.
Además del persistente tema de llaneridad, concurren a su inspiración, el humor y la sátira al estilo de otro poeta, contemporáneo de VIMAGÚ, como lo fue Aquiles Nazoa. Obsérvese un fragmento del texto “A Maruja”: un poema, o más bien una orden del poeta idealista, que su viuda cumplió al pie de la letra:
Si yo muero primero, es mi deseo
que no haya velas, rezos ni velorio,
que no haya ese festín, vulgar jolgorio
como en los otros muertos que yo veo.
Compra una caja sin chapas y barata,
tápala sin besar a mi materia,
que no se rinda tu amor a la miseria
de guardar luto y de botar tus batas.
No olvides que la ley sólo es de amor,
pero también, Maruja, es de justicia
y a la comodidad sólo se envicia
el espíritu cobarde y sin honor.
Cuando mi cuerpo quede bajo el suelo
no vuelvas nunca más a ese lugar,
regresa a tu casa, ponte a trabajar,
búscame alrededor tuyo, no en el cielo.
También se percibe la convicción filosófica y espiritual de un poeta, no hereje, pero sí anticlerical, cuya única patria ascética es el Dios universal, no el iconográfico de los templos, una característica recurrente en gran porción de sus versos:
Soy lo que jamás he sido,
lo que no tiene final,
soy eterno y continuado,
yo soy la vida animal,
soy mi amigo y mi enemigo,
mi rival y tu rival.
Soy un pedazo de Dios
aunque infinitesimal.
Hoy, después de tres lustros de su desaparición física, VIMAGÚ prosigue vivo y su legado poético logra conquistar el espacio que siempre mereció. Gracias a la brillante iniciativa de la Red de Escritores Capítulo Cojedes, al crear la Bienal Víctor Manuel Gutiérrez, con este concurso literario en las modalidades de cuento y poesía; además de reeditar Corriente, espuma y rocío como un “honor a quien honor merece”; pues la heredad literaria de este trovador inmortal es tal cual como opina el escritor Araucano Luis Caropresse Quintero, prologando el libro La música de la sabana de Luis Mendoza Silva.
En resumen, leer este libro es emprender una hermosa travesía por nuestro pasado inmediato. Es conectarse directamente con esa planicie verde de nuestros abuelos, eglógica y romántica. Es tener un encuentro profundamente poético vivencial con esa tierra generosa, mágica y de francos horizontes, desde cuyos cuatro puntos cardinales puede mirarse el sol de frente, en la apoteosis de sus crepúsculos.
Con la reedición de este libro se pone en evidencia que el poeta, aún después de muerto, permanece como un centinela de la palabra, ojos abiertos y sensibilidad a flor de piel, y como los ríos, de un momento a otro, es capaz de reavivar corrientes en el reseco lecho que ayer estaba vacío.
Nota: este ensayo es tomado de Nuevos Horizontes del Llano de Siempre (antología editada por la UNELLEZ, 2009 en San Carlos, Cojedes, Venezuela. Compilación de Isaías Medina López)
Por lo que entendí Víctor Manuel Gutiérrez fue un gran poeta, hombre humilde que dedicó su inspiración a la llanura.
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