martes, 30 de abril de 2013

EL ÚLTIMO PENSAMIENTO DE GOLIAT Y OTROS RELATOS (Francisco José Aguiar Ruiz)

Mujer de Cojedes en el archivo de Carlos González


MUERTE SÚBITA
Como manejaba perfectamente el arte de reprimir, como no estaba habituada a arrojar platos o decir unas cuantas groserías a modo de expresión, sufrió una implosión y se desplomó en el acto. Los que la conocían se limitan a expresar con un tono lastimero lo siguiente: ¡sólo tenía 26 años!


LA MARIONETA
Pinocho, (la marioneta) al final adquiere forma humana.
La paradoja:
Martínez, (el humano) al final se convierte en una marioneta
y sin necesidad de hadas madrinas. Sólo requirió alcohol. Ríos de alcohol.


INCONCIENCIA
Es duro saber que moriste sin haberte dado cuenta. Venías en tu auto y por no torcer a la izquierda caes al vacío. Caes y ni siquiera tienes la dicha de haber sentido algo. Por andar dormido le ahorras a la muerte el hecho de que te cierre los ojos.


PASE AL CIELO
El pase para entrar al cielo es un ticket dorado. Lo sostuve fuertemente mientras esperaba mi turno. Observé un tiempo prudencial, el tiempo necesario para caer en cuenta de que en el cielo nadie hace preguntas, nadie tiene criterio propio: sólo se rigen por las normas del monarca. Rompí el ticket ─ decidí ─ no salvarme.


OLVIDO FATAL
Convulsionaba. Mi atención sólo se concentraba en la efervescencia de su boca ─ su esposa lo había envenenado ─ ¿y saben por qué? Todo porque se le olvidó el aniversario de bodas.


EL CIRCO
Un circo necesita varias carpas, trapecistas, payasos y unos animales enjaulados.
En el pueblo las carpas son las edificaciones gubernamentales. Los payasos, trapecistas y animales enjaulados, los políticos. La gente común; los espectadores. Estamos ubicados por secciones según nuestra ideología o ismo, según nuestro color o bando, según estemos con el oficialismo o con la oposición. Pero esto no es lo relevante; lo relevante es que el circo cumple con su misión, la misión de día a día darnos un gran espectáculo.   


         EL LUDOPATA
Apuesta el alma. Arroja los dados: el doble seis no sale.


ENCUENTRO DE CRONOPIOS
Cuando Cortázar ─ el cronopio mayor ─ estrechó mi mano, los famas murmuraron: estos escritores se las traen. Desperté exaltado de alegría y mi prima (la muy esperanza) ni siquiera se tomó la molestia de acompañarme.


EL FILÓSOFO
Como no sabía hacer nada excepto pensar y pensar. En la entrevista laboral que le hicieron le preguntaron: ¿qué profesión tiene usted? Cayó en cuenta que no lo iban a contratar así que dijo la verdad ─  soy filósofo.


ÚLTIMO ALIENTO
Después de entender el absurdo de vivir, morir no sería tan pesado: esto fue lo que pensó el minuto, antes de que llegara el segundo; número cincuenta y nueve.


LA EXPRESIÓN MÁS RARA DEL PLANETA

¡Me gustaría ser pobre!


MEMORIA FOTOGRÁFICA
Ella que se sabe hermosa, toma la cámara, alza la mano y clic, se toma una foto, dos fotos; muchas en diversas poses. En una enarca la espalda, en otra se coloca la mano izquierda en la cintura, en todas sonríe, en todas posee ese encanto de gracia sin igual. La observo, hasta con los ojos cerrados la observo. No cabe duda: también he grabado su estampa.


INSTINTOS DE SUPERVIVENCIA
A veces escondo la cabeza como el avestruz. O me hago el muerto como la zarigüeya. O me enrollo como el ciempiés. O me escondo como los conejos. O me acorazo como las tortugas. O me conformo con las sobras como los perros. O me interno en las sombras como las cucarachas. O engaño como el pez piedra. O me escabullo como las ratas.

No me juzguen. Sólo soy un hombre y como cualquier animal poseo instintos de supervivencia.


CUANDO ERA MI NOVIA
Era toda ternura, era toda pasión, era mi vida. Ahora, es sólo mi esposa.


TRADICIONES LITERARIAS
Whitman – whitmaniana
Borges – borgiana
Gallegos – galleguiana
Cortázar – cortaciana
Baudelaire – baudelariana
Quiroga – quiroguiana
Neruda – nerudiana
Goethe – goetheana
Vallejo – vallejiana
Aguiar: ausente.

A QUEMARROPA
Me preguntó a quemarropa: ¿te acuestas con mi mujer? y cómo era verdad ─ me disparó de la misma manera.


CÓMO LO PENSÓ MÁS DE DOS VECES
Hubo un momento de silencio antes de decir: sí acepto.


LO MÁS HERMOSO
Cuando Mailyn sopla el mechón de cabello que le cubre la cara.


LA ARRIBISTA
Antes de abandonarlo tuvo un acto de sinceridad. Escribió una nota donde expresaba lo siguiente: Disculpa, no tengo nada en tu contra, sólo fuiste el medio para lograr un fin.


REFLEXIONES DE UN MUERTO
Un amor mal curado ─ sí, eso es, eso fue lo que me mató. 


EL ERUDITO
Después de leer todos los libros de la biblioteca estatal comprendió que ninguno de ellos enseña a vivir.


EL PARACAIDISTA
Salta, aún teniendo la certeza de que pudiera no abrirle.


SAMADHI
Para un Buda la lámpara de Aladino es sumamente innecesaria.


PEROGRULLADA
Quizá ya todos lo saben pero tengo que decirlo: las palabras más bellas de libertad se han escrito en la cárcel.


EL ÚLTIMO PENSAMIENTO DE GOLIAT
El último pensamiento de Goliat antes de morir fue: no hay enemigo pequeño.


ORIGEN FÁCTICO
No se puede tapar el sol con un dedo, pero esa porción infinitesimal es suficiente, para los que se resisten a ver la realidad.


AMNESIA
Sabía tanto de mí que tuve que creerle ─  con lágrimas en los ojos daba fe ─ que era mi madre.


 AQUELLA MUJER
Tenía tanto que entregar que entregó su vida ─ y lo peor: a cambio de nada.


PANDEMONIO
Sé cómo se siente estar en la estación del metro, en el mercado, en los embotellamientos de la ciudad. . . pero cuando te tengo cerca y mi excesiva timidez me impide decirte algo, siento en carne viva, lo que es ─ un verdadero pandemonio.


EL CUENTO MÁS LARGO
El cuento más largo que he escrito cuenta que una vez escribí el cuento más largo.


Nota: Francisco José Aguiar Ruiz (Cojedes, 1985). Narrador y poeta.  Ha participado en la VI, VII y VIII Feria Internacional del Libro de Venezuela, Capítulo Cojedes y en el 1er Festival Nacional de Poesía de Venezuela Bajo la protección de la palabra en homenaje a Luís Alberto Angulo. Ganó el Concurso Ensayo Histórico 114 años de la Batalla de la Mata Carmelera en abril del 2012. Uno de sus cuentos fue publicado en la revista MEMORALIA número (08) y en la revista arte de leer número (11), una de sus notas literarias. Ha realizado los siguientes talleres: Iniciación a la narrativa breve, por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello y Aspectos del cuento y su creación, por El Sistema Nacional de las Culturas Populares. Tiene dos libros inéditos, en poesía, OSCURO HOY y en narrativa, EL CUENTO MÁS LARGO.

El Pirómano y El Color Sepia (cuentos de Pedro José Pisanu)


Imagen en el archivo de Fernando Parra 




EL PIRÓMANO
A mí mismo, el ser más ardiente
que he conocido, el único capaz
de comprender mis ansias de fuego

Inspirado fuertemente por películas de tendencias incendiarias como Lo Que El Viento se Llevó, Al Rojo Vivo, Infierno en La Torre y Fahrenheint 451, salí con grandes deseos de imitar todo lo visto en la pantalla. Nadie imaginaría el delirio gozoso que me produjo ver arder y destruirse la biblioteca medieval de una abadía en El Nombre de la Rosa.
Mis ansias de pirómano disoluto se desataron de una manera incontenible. Empecé por quemar los pocos libros que tenía, porque yo odiaba los libros y en especial la literatura por encontrarla sosa, aburrida, meningítica y en algunos casos hasta oligofrénica. 
Mi historial clínico como pirómano se remontaba a una infancia llena de fuegos inocentes. Conocí la existencia del fuego por intermedio de un tío degenerado que tuve, llamado Prometeo. Me regaló un encendedor con el cual me inicié quemándole un vestido a una muñeca de mi hermana. Posteriormente incendié la muñeca como ritual de sacrificio a uno de esos dioses infantiles que inventé.
El odio que le tomé a las letras tuvo raíces distintas. Ya a los cinco años fumaba cigarrillos, con ellos quemaba libros, juguetes y hasta un hábito de monja. La  maestra como típica neurótica me regañaba constantemente por no distinguir la “o” de la “i”, eso duró hasta el día en que cansado de su mal carácter decidí quemarla en presencia de los demás niños.
Desde ese día la Educación cambió sus concepciones dictatoriales y pasó a ser liberadora para sonrisa de Paulo Freire.
A pesar de esos cambios mis notas seguían estancadas en cero, por lo que mi primer acto de lucidez fue quemar el boletín de calificaciones. Después de ese acto patriótico de mi parte quemé los libros de primeras lecturas por considerarlas decadentes y poco imaginativas. Mi mal tenía sus raíces en sus antepasados, de eso no tenía la mejor duda. Mi madre tenía por costumbre dejar quemar los alimentos. Mi padre en sus días de revolucionario quemaba cauchos y  de vez en cuando uno que otro autobús. Más tarde le dio por quemar taxis y taxistas por el desmesurado rencor que les tenía debido a sus abusivos cobros. Entró en una fase internacionalista, en ese entonces comenzó a robar banderas a las embajadas y quemarlas en actos de protesta.
Mis antepasados eran terribles, cuentan que ellos fueron quienes quemaron la Biblioteca de Alejandría por no saber leer. Dicen que Atila también pertenece al tronco de nuestra familia. Quemó ciudades enteras con la excusa de tener frío o que detestaba ciertos diseños arquitectónicos. La familia es grande. Muchos miembros participaron dentro de las juventudes hitlerianas haciendo piras públicas de libros. Luego les dio por quemar judíos, ellos eran así, se entusiasmaban con algo y luego se aburrían y buscaban otras cosas que quemar. Mi tío Juan ignitólogo, se dedicó al atletismo con la intención de llevar la antorcha olímpica hasta un reactor atómico para ver lo que pasaba. Pero jamás le dieron la oportunidad de hacerlo por lo que en venganza quemó una delegación deportiva completa en los juegos interterroristas llevados a cabo en Libia.
Mi niñez fue una etapa de grandes incendios. A los diez entre en mi fase experimentalista, achicharrando vivas gallinas de la casa con gruesas lupas. Luego fue la cola del gato. Mi primer trabajo contra los libros fue quemar Don Quijote de la Mancha, página por página, a la vez que lo iba leyendo y haciéndome la firme idea de lo mediocre que fue Cervantes como escritor. Después incendié La Divina Comedia. Transcurrió bastante tiempo y el número de libros incinerados aumento. Por mis manos de incendiario pasaron El Decamerón, El Discurso del Método, las obras completas de Shakespeare, las de Lope de Vega, de Moliere, de Corneille, de Sor Juana Inés de la Cruz y otros tantos que chamuscan mi débil memoria.
Ahorré durante meses, trabajando como incinerador de basura del Aseo Urbano. El trabajo no me parecía nada interesante, sobre todo porque el quemar la basura no tiene mérito, no así quemar artefactos nuevos y muy caros. Con los ahorros de este cruel trabajo me compré un lanzallamas de segunda mano y me dediqué a quemar cines con todo y espectadores, desde ese día veía películas solo Fahrenheint 451 me inspiró para utilizar mi lanzallamas quemando todas las bibliotecas del mundo, una a una fui incendiándolas hasta que solo quedó una. Esta noche se reunirán para un taller mecánico de versos y de prosas descompuestas o algo así por el estilo. Entraré disfrazado como el director de la biblioteca de pirómano confundido.

EL COLOR SEPIA
El viento se pasea por la calle, azotando con furia las ventanas y las puertas de madera roídas por el tiempo. Una de las puertas se abre violentamente y una marea de polvo se levanta del suelo y de los viejos muebles de cuero. El recinto está invadido de telarañas y larvas que conviven entre las ranuras del piso. Sobre el desvencijado escritorio se halla un álbum grueso.
Aquí tenía apenas seis meses, Posaba desnudo con el pompi hacia arriba, tenía la gracia natural de cualquier niño de mi edad. La fotografía en cuestión no poseía gran estilo ni calidad. No podía esperarse mayor cosa en un pueblo donde el fotógrafo era carpintero, sepulturero, barbero y trombonista. Luiggi Mastrosapius comenzó a visitar frecuentemente nuestra casa. Parece que fue ayer nada más. Luiggi se apareció por la fonda de papá. Llevaba un par de baúles verde perico que resaltaban con el negro de su traje de pana lisa y su también sombrero negro de ala ancha. De su rostro siempre pálido colgaba un par de grandes orejas y una sonrisa sardónica imperturbable.
Desde el primer momento en que me vio quiso fotografiarme. Sabía mi edad exacta: diez años y ochenta y un días de existencia – afirmó secamente sin mirarme. Luego me hizo posar en harapos frente a su cámara con trípode y sin hacerse esperar introdujo su rostro bajo el trapo negro de aquel fantástico aparato. Escuche un sonido y Mastrosapius dijo que ya estaba listo. Pasaron varios meses y no recibimos noticias del extraño fotógrafo, pero en carnavales el cartero trajo un pequeño sobre para mí. La abrí con premura y descubrí atónito mi fotografía con el aspecto de un príncipe en lujosas vestiduras; no salía de mi asombroso, pues yo no tenía trajes tan lujosos.
Debieron pasar diez años, seis meses, seis días y seis horas para que Luiggi Mastrosapius se presentara de nuevo. No había envejecido en absoluto y ahora se le notaba más contento debido a que tenía nuevos clientes, en todo ese tiempo se le habían multiplicado. Sólo me dijo que yo era la persona elegida para ser su fotógrafo auxiliar. “Ha llegado el momento de que actúes”. Me enseñó el arte de tomar fotografías. La cámara era bastante complicada, pero con el tiempo le tomé confianza y fue como una amante inseparable para mí. Tenía la rara particularidad de incluirme en todas las fotografías que tomaba, sin necesidad de exponerme frente al lente. Comencé por tomar fotos a los naranjales de mi vecino, Hermenegildo Pomparrosa. Al revelar las fotos me hallé en todas las tomas. Al poco tiempo los naranjales se secaron a pesar de los seguidos aguaceros de la época. Después fue Bobby, el perro de la casa, a quien le tomé una foto mientras dormía. El animal murió antes del anochecer. Varios ancianos buscaban un fotógrafo y yo solícito y diligente no me hice esperar; los resultados se vieron en la página de obituarios, la cual se vio aumentada de súbito.
Comencé a sentir extrañas sensaciones, cada vez que fotografiaba a alguien, mis energías aumentaban e incluso me encontraba más lúcido y lleno de experiencias.
Emilio Gayman, un pintor al cual detestaba con odio inimaginable, fue el primer homicidio que realizaba adrede. Lo fotografié mientras trataba de golpearme con sus manos. El flash lo dejo ciego instantáneamente y pronto empezó a perder peso hasta morir a los veintiún días, pesaba menos de veintinueve kilos. Su cuerpo estaba invadido por gusanillos multicolores que como cosa curiosa llevaban la firma de Gayman. Después fue Monolo Hacha Tongue, quien no me había hecho nada, simplemente no me caía bien. De complexión amorfa y desmedidas ansias por la comida, fue una de las victimas más fáciles. Lo invité a comer gratis en la fonda de papá y allí lo retrate mientras se hartaba de mondongo, parrilla, cochino en salsa y toda una mesa llena de postres. Esa fue su última comida, a los tres días murió afectado por una terrible indigestión.
Aunque el asunto no era solamente con la cámara, sino con cuanta foto me tomaban. Mis acompañantes duraban muy poco, después que se revelaba la foto. En unos cuantos meses los habitantes de mi pequeño pueblo había disminuido notablemente. Tres de mis amantes murieron al insistir en que les tomara una foto. Las personas comenzaron a sospechar e incluso a temer a las fotografías. Las tres cuartas partes del periódico del pueblo se iban en reseñar obituarios y funerales. Existía cierta inquietud entre los pobladores, excepto en los dueños de funerarias y en los sepultureros, quienes vieron aumentar sus ingresos considerablemente.
La gente no se fotografiaba por temor a morirse. Mis energías disminuyeron y comencé a enflaquecer terriblemente. Llegué a creer que no pasaría de la medianoche. Apareció Luiggi Mastrosapius con mi retrato entre sus manos. No sonrió y se mostró furioso conmigo. Dijo que él negocio andaba mal porque yo no estaba tomando fotos. Si no tomas más fotografías morirás, dijo mostrándome mi retrato en un ataúd.
Comprendí que hora tomar fotos era un problema de vida o muerte para mí. Tuve que irme a otras ciudades y comenzar a tomarles fotos a personas desprevenidas, de esa forma mi existencia estaba asegurada por algún tiempo. Hice varias tomas al estadio de futbol que se hallaba repleto con más de veinte mil espectadores. Luego fui a las iglesias, allí al lente de mi cámara actuó de nuevo. Culminé en la tarde, fingiéndome reportero gráfico y haciéndole tomas a un gigantesco mitin político con más de setenta mil personas. Al día siguiente los diarios publicaban que en el partido de fútbol las estructuras del estadio se vinieron abajo y no hubo ningún sobreviviente. Algo similar pasó con varias iglesias atestadas de feligreses, las columnas y vigas de estas se derrumbaron sepultándolo todo. Lo del mitin fue algo dramático, pues la tierra se abrió en violento cataclismo y se tragó a las setenta mil personas presentes, incluyendo el candidato.
Mastrosapius estaba tan contento que abandonó sus preparativos para fotografías la Tierra desde una nave espacial y vino a felicitarme. Me condecoró con una extraña medalla y un diploma en negativo como el fotógrafo del mes.
La felicidad duró poco, se corrió el rumor de que todas las desgracias ocurridas eran por causa de un fotógrafo. Se desató una caza de fotógrafos sólo comparada a la de Salem en 1692. Las policías del Estado se encargaron de decomisar cuanta cámara fotográfica había y en una pira pública efectuada en la plaza Bolívar las quemaron. En cuanto a los fotógrafos, la mayoría de estos fueron linchados (gesto que aplaudo, pues siempre me tomaron fotos muy malas). Estos hechos me hicieron huir. Antes del alba tomé una foto en gran angular de la ciudad, situándome en un cerro desde el cual divisaba la populosa metrópoli. A los pocos minutos ocurría un sismo descomunal. Las calles se abrieron atragantándose de casa y edificios. No hubo sobreviviente alguno. La tragedia fue tal, que la destrucción de Pompeya y Herculano quedó como algo insignificante.
Entonces, Mastrosapius me concedió el honor de que fotografiara a la Tierra desde la nave espacial. Me negué rotundamente y, tal como había pensado, Mastrosapius me mostro de nuevo la foto del ataúd. El no esperaba la que yo lo tenía guardada, una instantánea que le había tomado tiempo atrás sin que se diera cuenta. Empezó a morir lentamente mientras contemplaba su horrenda figura plasmada allí. Nadie creería que el mismísimo Lucifer, dueño y señor de las tinieblas y los claroscuros, en la apariencia de Luiggi Mastrosapius se retorcía en el piso. Adoptó un color morado y entre violentas convulsiones vomitó azufre. Pidió clemencia y hasta un pacto me ofreció. Rompí en primer lugar mi retrato y luego el de él. En premio me llenó de riquezas y liberó de la muerte eternamente.
Entre polvo y las mareas del tiempo imperturbable contemplo mi última foto en grupo. Pronto comenzaré a tachar rostros hasta quedarme entre matices claros y sombras sonámbulas de seres que existieron, y que gracias a mí son libres de mísero destino.

* Estos cuentos pertenecen al texto EL DIARIO DE BROM (1998) publicado en San Cristóbal, Táchira, por el Fondo Editorial Toituna y el Consejo Nacional de la Cultura.
** El autor de estas obras es Pedro José Pisanu. Escritor nacido en Tovar, estado Mérida (1962). Licenciado en Letras por la Universidad de Los Andes, se ha desempeñado como articulista y colaborador de diarios y revistas. Reconocido organizador del Encuentro Internacional de  Escritores de Colombia y Venezuela desde el pasado siglo.
***La transcripción de estas piezas es una colaboración de  María López Ortuño. 

lunes, 29 de abril de 2013

Cuatro Breves Cuentos del Fantástico Llano (José Daniel Suárez Hermoso)

Niño llanero con yuca gigante (archivo de Luis Eduardo Galeano)

“Buenas noches, voy a contarles tres cuentos embusteritos, caracoliaos uno tras otro, de esos que son puros del Llano adentro y que me pasaron a mí, ajá ¿cómo les parece?”


JORGE NOCHE
 Lo primero que me preocupa es que ustedes no conozcan a Jorge Noche, de aquí mismo, de El Baúl. Me preocupa porque hay gente que le tiene miedo a Jorge Noche, pero está equivocaos. Yo sí me sé el cuento completo.  La cosa es esta: estaba un pobre hombre que lo iba  arrastrando el río Cojedes, porque se había puesto a sacá su carro de aquel caudal de agua tan grande,  yo veo aquel problemón y me meto a ayudarlo, pues, …porque el llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta… cuando otros hombres y yo, que éramos como diez,  estábamos vencidos con tanto esfuerzo, se apareció de la nada Jorge Noche y nos dice:  -Bueno, chico, dejen quieto a ese hombre que está sacando ese carro de ahí. Luego nos dice que le demos  una botella de aguardiente y una caja de chimó pa´ él saca el carro. Yo le digo: -Bueno chico, yo tengo aquí una caja  ´e chimo, métase una  pella. Llegó y se metió de un solo golpe la caja de chimó, agarró la botella de aguardiente, se la echó un palo: Ahhhhhh; dijo. Apartó a la otra gente que estaba tratando de sacar al señor y al carro, le puso el mecate al carro y  lo fue jalando poco a poco, pero con fuerza, hasta que sacó al hombre con to´ y carro, después hasta sacudió el mecate ¡Qué vaina tan impresionante! Bueno y desde ese día a Jorge Noche todo el mundo lo quiso allá en El Baúl, por esa hazaña tan maravillosa, sacá a ese hombre con to´ y carro de ese río tan crecido, y entonces empezaron: Jorge Noche, sálveme este bongo que me lo está llevando el río; Jorge Noche, sáqueme estos mautes del agua, que no los podemos dominá;  y Jorge Noche pa´ aquí y Jorge Noche pa´ acá. La vaina grande no fue esa, lo cumbre fue cuando se murió Jorge Noche;   se fue la luz en el pueblo y hubo un tronío tan grande como cuando Dios lanzó pa´ la tierra de El Baúl, nada más y nada menos que al Diablo. Cantaron, esa vez, todos los pájaros de la llanura, cantó todo y todos nos llenamos de miedo, y lo enterraron allí en el cementerio, pero yo para allá no voy.


EL CAIMÁN
Fíjense bien,  mientras unos iban pa´ el entierro de Jorge Noche yo llego a la casa y me dice la mujer: -Mijo,  los muchachitos están enfermos; llenos de fiebre;  mijo, ¿qué va a hacé usted, los va dejá morí aquí, y a mengua? Mijo,  vamos,  haga algo. Ahí salgo yo…porque el llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta… ¿verdad?, ustedes son valientes también ¿verdad?, yo también soy valiente, pero eso sí, yo no soy embustero, entonces llego yo y agarro mi linterna y carajo voy caminando aguantaito, porque el río de El Baúl estaba muy feo, de un solo mar de agua, por cierto que ese río lo brazeaba yo de aquí pa´ allá y venía con caribe y tó, los caribes mismos me ayudaban a salí y depués se venían conmigo, la gente tenía que apartarse cuando venía yo caminando con ese poco ´e caribe por la calle. Bueno, pero regresando al cuento, agarro yo la linterna y le voy dando cuchariao,  eso es así: con el brazo en alto de arriba a bajo,   y de  derecha a izquierda  no fuera a salí un muerto ¡Ni quiera Dios!, entonces saqué del morral una lamparita y la prendo, y de esta manera con el brazo derecho cuchareaba con la linterna y con el izquierdo sostenía la lamparita prendía,  cuando  veo que en el agua habia millares de ojitos centelleando como los cocuyos, pero en el agua, mil quinientos caimanes. “Cónchale vale”. Y digo yo ¡Virgen Santísima!,  y me persigno, ¡caramba!, entonces llego yo y me digo…porque el llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta… ajá porque ustedes también son llaneros ¿verdad?, ustedes tienen miedo;  no, ¿verdad?,  ah bueno,  y eran las doce  ´e  la noche, casi pa´ la una, carajo,  ah hora peligrosa esa, la una, a esa hora a uno le puede pasá cualquier vaina.  “Virgen Santísima, ¿qué se será lo que me espera después de  la una?”. Mire,  porque a esa hora a uno le puede pasá una tragedia y digo yo: “¿cómo me le meto a esos caimanes?”, porque estaban así: pegaitos unos con otros, esperando, mil quinientos caimanes con el piquito parao pa´ arriba,  y me voy yo balseaíto y cuando puede empecé a caminar arriba de los caimanes de piquito en piquito, pero caminando con cuidao,  porque temía que un caimán de esos, que yo ya había pisao, reaccionara  y me mordiera una nalga, ajá y de repente, en una de esas piruetas, trastabillo como un piazo ´e loco y zuaz:  me voy a una vaina así como el infierno; era que me había caído en la boca de un caimán de cincuenta metros,  que se los conté yo al ir cayendo hasta la barriga de ese bicho. Al recuperarme del golpe y de la impresión, toco una vaina suavecita y el bicho me remontó pa´ arriba otra vez “¡Ay, Virgen Santísima¡ ahora si es verdad que  me quedé aquí,  mis muchachitos se van a morir”. Bueno y empiezo en aquella oscuridad   a tantear, así de a poco, toco por aquí y había una vaina suavecita, toco por allá y  se abrió una puerta, en esa oscuridad me meto,  porque si había una puerta debe haber una salida, toco aquí arriba y se prendió un bombillo, ahí veo clarito que en esa otra sala,  que también estaba en  la barriga del caimán, había un chinchorro,  bueno, yo lo toqué,  no vaya a ser que la vaina fuese una vaina falsa,  porque un caimán, como tiene muchas mañas puede hacer muchas trampas, entonces, me acosté en el chinchorro y me dije “ah, pero uno se puede mecé aquí” y me mecí “tran tan, tran tan” y me pegaba un airecito un airecito fresco. Bueno chico, en medio de eso me acordé de mis muchachos, me bajé del chinchorro  y busco las maneras de salir, cuando empiezo a caminar veo que hay un resplandor  hacia una pared y digo: “¿qué vaina es esta?”;  era una cocina con un caldero gigantesco llevando candela y quemando aceite, pero aceite del bueno, haciendo  “plof, plof,  plof”  y digo “¡Ah no, vale!, ¿dónde estoy yo, Virgen Santísima? Estoy en el fin del mundo”. En eso siento el estruendo de algo que viene “fuiii, fuiii, fuiii” dando vueltas  con brisa y todo y pasa por un lao;  era un bagre de diez kilos sazonadito y demás, hasta olía a pimienta  y cayó derechito en el caldero “suáz, suáz”; “Ay”  dije yo. Empiezo a dale vueltas, lo acomodé como pude y me lo  empecé a comer, sabroso el pescao, claro y el que diga que no es sabroso está traicionando   la  patria: ese no es llanero. Bueno y después  que comí bastante me recosté, pá pensaá bien qué es lo que voy hacer y así pasé siete días comiendo pescao, durmiendo y pensando qué era lo que iba hacer, yo sabía los días que pasaban porque subía por una escalerita  bien arriba del chinchorro y veía por un ojito que está en el techo cuando caía la noche y cuando salía el sol. Bueno chico, después de eso, que era ya demasiado la cosa, me entró una ansiedad. El caimán como que  adivinó el martirio en que me tenía, porque los caimanes también sienten; ellos igual tienen hijos,  así como uno y yo creo que hasta comen chimó,  porque yo comía chimó en la barriga del caimán y sentía que ese bicho estaba muerto ´e risa, claro se estaba alimentando. Bueno chico, de pronto siento una vaina estreciéndose. Yo creo que tanto chimó le pegó al caimán un dolor de estómago, al ratico ese animal comienza a moverse y de pronto el caimán me lanza,  pero me  lanza duro que iba yo dando vueltas, así como revolutiao, pues, dando vueltas y veo que caigo en medio de la llanura

EL DIABLO
 “Virgen Santísima y ¿dónde carajo estoy ahora? Lo que falta es que venga un animal y me coma también, pero de pedacito a pedacito”. Cuando estoy pensando eso, veo que viene un carrizo grande, de veinte metros pa´ arriba vestiito ´e blanco en el medio de la llanura, ¡cónchale!,  yo había conocido gente que median como dos metros y medio, pero ya de veinte metros la cosa estaba bastante sospechosa,  eso sí, yo no le tenía miedo, porque yo no le tengo miedo a nadie y entonces me le fui acercando y diciéndole: -Padre, padre, padre;  pero el carajo no volteaba: -Padre, soy tu hijo. Mira chico, por fin que  me le acerqué a ese hombre vestío ´e blanco y  le toco el deito que le salía de la alpargata, en eso hace una brisa grande: “bururúm”,  que me  estremece. Al recobrar el sentido veo que al lado está un pollito,  ahí me dije “Ah, este pollito debe saber dónde queda la  salida” y entonces me quito el sombrero, se lo lanzo al pollito y lo tapo,  pero me doy cuenta que el pollito tapao se transforma en una culebra de dos kilómetros;  sí,  una mapanare de dos kilómetros y entonces me le barajusté de un lado para el otro, así como el Gabán Mañoso, pero yo no le tenía miedo… porque el llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta… y cuando la culebra  se abalanza para la derecha  muevo las patas y caigo en la cabeza y yo le decía; Mire, pollito;  está dominao,  está gobernao,  usted me saca de esta vaina, porque usted no va a podé conmigo. De repente,  la culebra como que no le gustó y empieza a moverse como un caballo corcóvelo:  saltando y saltando conmigo encima y me empujó  alto, alto, muy alto que llegué a las nubes, ¡mire!,  cuando llego a las nubes lo que me quedó fue agarrá el sombrero de paracaídas y me vengo poquito a poco, con mi sombrero y le volví a caer encima a la culebra, agarré con la misma el Cristo que cargo amarrao en este collar, juáz,  le puse el Cristo en la pata ´e la nuca,  ahí cayó el bicho tranquilito y me decía: -Ahhhhhhhh, ahhhhhhhh. Entonces con ese ahhhhhhhh también se acercó el caimán y empieza con la culebra a darse golpes con el cuerpo “pan, pan, pan”, allí salió un  vahío y me quedé dormío. Cuando desperté no estaba ni el caimán ni la culebra  y todavía los estoy buscando pa´ que me mantengan y mire que no los estoy embusteriando. Les voy a decí una cosa:  con esta misma ñema que nos dejó Jorge Noche comimos durante veinticinco años, y si ustedes les tienen miedo al Diablo aquí les voy a dejar esta cajita de chimó,  eso sí, cada pella es  con sietes días de por medio,  pero siempre a la misma hora y el mismo minuto y agarran  una velita y sus macundales  y se van como estoy me yendo yo,  así pa´ la llanura,  por yo me voy a ver dónde está ese señor pa´ que me explique cómo fue que él se puso así: grande – grande,  porque yo también quiero ser grande, ajá 



LA BOLA DE FUEGO. EL RETO
 Ajá, se estaban yendo ¿verdad?  No señor, falta la ñapa. Bueno, estaba yo conversando esta misma historia con Juan Navarro, que ese es un viejo muy grande, el compositor de “Tardes cojedeñas” ¡Casi nada! Cuando nos interrumpe un señor, y nos dice: -Pero, ¿qué cosa, no? Caramba, yo le respondo: -No, maestro, oiga bien esta:   
Venía Juanito Navarro de sacá una buena pila de pescaos de por los lados de Río Verde y Tiznados, para no seguir pescando en el río de El Baúl, que lo tenía azotao y allá los pescadores por poquito no se arruinan. En eso, debe ser por la gran carga de peces que había sacado y por lo viejo de la camioneta que tenía, siente que el motor empieza a desmayarse y las luces daban puros parpadeos. Un caucho que venía fallo de aire como que también estaba mortadela. No voy a llegar, se dijo. ¡Qué vaina! Bueno, se para a la orilla de la carretera, abre el capote de la camioneta y con la linternita, que también estaba fallando, vio que la batería echaba un humito bien hediondo. Muerta ´e metra. ¿Cómo haré para llegar? Nada que daba por la llave y no se atrevía a empujarla. En eso repara que al lado de la cava de los pescaos estaba una cavita  que alumbraba sola. ¡Madre!. Se decide y abre la cavita. Ajá, coja pues. Era un bendito temblador como de dos cuartas y un jeme, bien tapao con hielo. Agarra la cavita y se la vacía a la batería de la camioneta, como para que se enfriara, a ver que otra cosa más podía inventar.  Entonces ve que el condenao temblador comenzó a moverse, primero como recuperando la vida, después con ganas bastantes, peló los ojos el animalito y Juan Navarro se echó pa´ tras haciéndose cruces, aquello parecían dos tizones, después abrió la boca que era más bien como un soplete, cuando el bicho empieza a mover la cola con un ventilador, detalla enseguida que los borbollones de ácido que la batería  botaba se aplacaron, sequita quedó. Las luces se apagaron, pero, de golpe comenzaron a funcionar fino. Derechitas y grandes, bien buena la cosa. Ahí mismo bajó la capota de la camioneta y dejó atrapado al temblador adentro. Con la Virgen adelante, se monta en la camioneta y apenas le metió la llave: Brum,  encendió fina también. No juegue. Voy a darle aunque sea con el caucho fallo. No ¡Qué va! toditos los cauchos estaban calidad. Se viene el hombre y aquel carro con esa fuerza. Cambiaba y suavecito la caja. Bueno en unas tres horas debo estar llegando a la casa. No, qué va,  en menos de media hora ya estaba llegando al puesto de la Guardia. El Sargento le dice: -Maestro, menos mal que llegó a salvo, porque por esta misma carretera por donde usted viene, hace un ratico, se veía un resplandor bien grande, como cuando sale La Bola  ´e Fuego, mejor es que se quede, que esa bicha no perdona, pero eso es a nadie.                  

LA BOLA DE FUEGO. LA PORFÍA
 El viejo me dice, usted cree que yo me voy a  tragar ese anzuelo, no le voy a decir mucho porque nombró a Juan Navarro, aquí presente, pero si le voy a referir esto: Yo no soy de El Amparo, pero sí de muy cerca y me he vuelto un baquiano de esos terrenos. Eso es porque yo tengo cincuenta años pescando por esa zona, ¿cómo le parece? No es que son dos días. Cuando era yo era muchacho descubrí un paso, con pescao que juega garrote, facilito, un anzuelo, un poquito ´e paciencia con una buena luz y en todos esos años nadie más lo ha descubierto, ¡diga algo, pues! Cincuenta años. La mula que tengo es la otra que se sabe ese secreto. Una noche, pues, me voy yo con mi mula, para donde queda mi pozo secreto, a pescar unas veinte guabinas que acostumbro yo pa´   desayuná. Me pongo a lanzá anzuelo y nada, qué raro, bueno. Al rato, reparo bien y no se veía nada anormal, eso sí; no había ni un solo grillito cantando, apenas la luz de la luna pero el cielo se estaba encapotando. Prendó un cabo ´e  vela en una piedra bien grande y que parece más bien un altar, cerquita amarré la mula pá que no se espantara,  busco mi arpón y me decido a meterme a lo adentro del pozo, como a cuatro metros de hondo. Saco la primera guabina y como estaba el agua bien fría le pedía los santos que me dieran bríos y sigo, cuando calculé que estaba bueno ya, porque es que tampoco aguantaba  aquella frialdá, decido salirme. De golpe  siento que viene una brisa muy grande desde el pajonal. De las primeras tumbó la vela y en la oscurana se me espanta la mula. Qué se le va hacer. Cojo ánimos para irme a la orilla  y empiezo a nadar, mientras voy nadando siento primero una claridad, luego un calorcito sabroso, después una fuerza como que estaba jalando la ropa. Ave María. Cerré los ojos y cuando los abro era La Bola de Fuego que estaba  allí como flotando entre la piedra y yo. Mire eso y no le voy a exagerá es grande de verdad, como un camión, la caparazón es redondita, con llamarones azules, rojos, amarillos y blancos, yo creo que se la luz al kilómetro de distancia. Entre guapo y hambriao,  me le voy agazapaito pa´  ve si me podía llevarme los pescaos y pegá el carrerón. Ahí sí fue, patrón. La Bola de Fuego, pa´ mí que me leyó la mente. Y me iba pa´  un lao y ella también. Yo buscaba alzarme y ella hacía igualito. Ahí se me puso que si hacía como los zorros, me quedaba quieto haciéndome el rendido y después pacán le caía a la sarta de guabinas me las podía llevar y dejá lejos ese espanto. Así fue. Me hice el muerto, barajusté de golpe y agarro la sarta ´e guabinas y cuando creo que pego el brinco para perderme de to´aquello, siento que estoy flotando, Nada más y nada menos que dentro de La Bola de Fuego,  ¡diga algo, pues! Adentro pero yo no sé cómo sin quemarme ni un pelito ni sacale el frío a los pescaos. La bicha se levanta conmigo adentro y las guabinas como si nada. Me  paseó suavecito por toda esa orilla. ¡Bicho! Ahí es cuando. Me llevó en peso hasta el pozo, como a tres metros de alto. Ahí tuve como una hora levantao y sin atreverme a nada. Cierro los ojos sin soltá las guabinas. Empiezo a rezá todo lo que sé y lo que podía inventá. Siento que me estoy desmayando. Cansao ya, pues, de tanta pesca brega y tanto susto. Cuando espabilo, La Bola de Fuego se había ido y estaba ya cerquita de la casa. Llegué reparé bien;  todo estaba en su puesto, hasta la mula estaba allí. Cociné la sarta, desayuné y me vine pa´ a ver a quien  podía echarle esa historia, que es verdaíta, no vaya a creer que no.  

Estos relatos son del registro de José Daniel Suárez Hermoso. Nace en San Carlos, en 1958. Es uno de los autores más prolíficos jamás nacidos en Cojedes, con más de 26 libros publicados: poemarios, obras de teatro, ensayos, antologías poéticas, compilaciones de teatro escolar, historia literaria venezolana y poesía cojedeña, que han sidopremiados en importantes certámenes literarios. Es Licenciado en Artes y cursa estudios de Maestría en Literatura Venezolana. La muestra que presentamos pertenece a sus apuntes de actuación, o cuaderno del actor,  y fueron cedidos en préstamo para esta edición el 6 de enero de 2009.

Textos tomados del libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Compilación, Prólogo-Estudio, selección  y notas de Isaías Medina López; 2013) Publicado por la  UNELLEZ-VIPI, en San Carlos, Cojedes, Venezuela. Edición de la Coordinación de Postgrado  y la Coordinación de Investigación 

sábado, 27 de abril de 2013

Tío Conejo y el pago de la deuda (y otros relatos de Heriberto Vidal)

Experiencia, sabiduría  y astucia: armas del buen llanero
(Imagen de Alfonso Giraldo Calderón)


TÍO CONEJO Y EL PAGO DE LA DEUDA
Este es el cuento ‘e Tío Conejo. Tío Conejo tenía la mujer muy preñá y salió a quitá cinco pesos prestaos. Llegó a casa ‘e la comadre Cucaracha. Le dijo: -Buenos días, Comadre Cucaracha.
 -Buenos días, Tío Conejo, pase adelante.
-No, yo no puedo pasá adelante porque yo ando apurao, Vengo pa’ que me preste cinco pesos y vaya usté mañana pa’ pagáselos, después de pagáselos, le voy a da una regalía.
-Aquí tiene sus cinco pesos, Tío Conejo.
Llegó a casa ‘e Tía Gallina. -Buenos días, Comae Gallina
-Buenos días, Compae Conejo ¡Adelante!
-No puedo pasá adelante. Vengo a que me preste cinco pesos, porque tengo la mujé preñaota y quiero cinco pesos pa´ cuidarla. Y vaya mañana a las seis y media para pagárselos; después de pagárselos le voy a da una regalía.
-¡Cómo no, Tío Conejo! Aquí tiene cinco pesos.
Bueno, entonces fue a casa del zorro. -Buenos días, Compae Zorro.
-Buenos días, Compae Conejo ¡Adelante!
-No puedo pasá adelante. Vengo a que me preste cinco pesos y vaya a las seis y media pa´  pagáselos; después de pagáselos le voy a dar una regalía.
Después fue a casa ‘el perro. -Buenos días, Compae Perro.
-Buenos días, Compae Conejo ¡Adelante!
-No puedo pasá adelante. Vengo a que me preste cinco pesos y vaya a las siete de la mañana, pa´ después de  pagale, me va hacé un trabajito allá.
Después fue casa del Tigre.  -Buenos días, Compae Tigre.
-Buenos días, Tío Conejo. Pase adelante.
-No puedo pasá adelante. Vengo a que me preste cinco pesos pa’... y vaya a las ocho   de la mañana, que después de pagáselos le voy a da una regalía.
-¡Cómo no, Tío Conejo! Aquí tiene cinco pesos.
Ai fue casa el Hombre.  -Buenos días, Tío Hombre.
-Buenos días. Adelante, Tío Conejo.
-No puedo pasá adelante porque ando apurao. Ando que me preste cinco pesos pa’... cuidá a Coneja que ya está en el mes y... y estoy esperándole el parto.
-Aquí tan los cinco pesos.
-Después que le pague los cinco pesos, me va hacé dos favores allá.
-¡Cómo no, Compae Conejo, lo que usted quiera!
A las cuatro de la mañana se presentó el Mono: -Buenos días, Tío Conejo.
-Adelante, Tío Mono, móntese en ese mamón. Cómase los mamones que usté quiera y avíseme to’ el que venga por ese camino. Al ratico dijo el Mono:
-¡Uuujúu! (grito agudo), allá viene un bicho con los bigoticos a rastras y las alas a rastras.
-Esa es mi Comae Cucaracha... Adelante, Tía Cucaracha, aquí le traje un regalo.
Era una concha ‘e topocho que le pusieron a la cucaracha pa’ que comiera ai. Entonces dijo el Mono, arriba: -¡Uuujúu!, allá viene un bicho con dos paticas y un rabito y un piquito.
-¡Esa es mi Comae Gallina, aonde me vea me come! Dice la cucaracha.
-¡Métase en ese baúl de Coneja, que ahí yo la despacho ligero pa’ que se vaya!
-Buenos días, Comae Gallina.
-Buenos días.
-Mire, ahí le tengo un regalo. En ese baúl de Coneja está una condenada cucaracha, ¡Cómasela! ¡Zas!., y le puso el pico y se la comió. Entonces dijo el Mono arriba:
-¡Uuujúu!, allá viene un bicho con cuatro patas, un rabo y un hociquito.
-¡Ese es el Tío Zorro, aonde me vea me come!  Dice la gallina.
-Escóndase en esa mata ‘e  topocho, Tía Gallina.
Entonces, en lo que llegó el zorro le dijo: -Ai le tengo su regalo. En esa mata é topocho está una gallina gorda. -¡Pas! Fue y entonces se la comió. Dice el mono:
-¡Uuujúu!, allá viene un bicho con cuatro paticas, un rabito y un jociquito
-¡Ese es mi compae Perro, aonde me vea me mata! Dijo el zorro.
-¡Hum! Métase aonde estaba la gallina, que ahí no lo encuentran. Yo lo despacho
ligero pa’ que se vaya.
-Compae Perro, ái le tengo ¡carajo!, un trabajo que me va hacé. Un condenado zorro  no me deja gallina a... a Coneja. Y ya usté ve cómo está. ¡Máteme ese condenado Zorro! ¡Pas! Fue y lo mató. Dijo el Mono arriba:
-¡Uuujúu!, allá viene un bicho, un bicho pintaote, con el rabote.
-¡Ese es Tío Tigre,   Compae Conejo! Aonde me vea me mata.
-No, Compae, escóndase allá, ande estaba el zorro. Que yo lo despacho ligero pa’ que se vaya.
-Mire, Compae Tigre, ái le tengo un condenado perro que no le deja un gueso a   Coneja, que no lo coma. Vaya y mátelo. ¡Pas! Y lo mató.
Dijo el mono allá arriba: -¡Uuujúu!, allá viene un bicho con dos paticas, un sombrerito y un palito en el hombro.
-¡Ese es mi Compae Hombre, aonde me vea me mata! – Dijo el Tigre.
-Métase ahí en el cuarto ‘e coneja. Ai tie que respetarlo él, porque ái está en el cuarto ‘e Coneja. No me lo puede echar a perdé.
-Mire, compañero Hombre, ai ese condenado Tigre me ha cogío el cuarto ‘e Coneja desde esta mañana. Y no es posible... ¡Echámele un tiro!
¡Pan! Lo mataron. -Vuelva a cargá la escopeta pa’ que me mate a un condenado mono... Já, Já, Já  (risas del informante)



CASO DEL GALLO Y EL ZORRO
Ah!... Una vez estaba un zorro esperando que se bajara un gallo de... de un jobo... que estaba durmiendo el gallo. Y entonces, el gallo veía el zorro abajo, y decía:
-Yo no me bajo ni de casualidad. Ese zorro me puede comé.
Entonces, cuando llegaron las doce, hizo el gallo: paquí! paquí! paquí! Cujúuu
-¿Por qué se alegra usté tanto ahora a las doce, que son las doce, compañero?
-Porque no dilata mi café.
-¿Quién le trae su café?
-Las dos perras viejas cazadoras y el perro macho.
-A mí me está sabiendo la boca a café. Yo me voy a ir, porque el mío debe estar colao ya... Dijo el zorro, y se fue, cará.


EL TIGRE, EL ZORRO Y EL HOMBRE
Una vez el Hombre iba para su conuco por un camino anieblao. Entonces el Tigre decide comerse al hombre; pero el Zorro lo oye cuando dice lo que va hacer.  El Tigre se pone a esperar al hombre. Pero el Zorro se coloca más adelante, y cuando ve al Hombre le dice:
Tío Hombre, no vaya al conuco. ¡Ahí está el Tigre esperándolo!
-¿Qué vamos a hacé? – Pregunta el Hombre.
-Con “albitrio” se hace todo, Le contesta el Zorro
-¿Cómo hacemos? A Tío Tigre no hay quien se lo gane. -Entonces le contesta el Zorro:
-Yo me voy adelante y grito: “¿Ya llegaste?” Y usted me contesta: “¡No!”
Así fue, y cuando el Tigre oyó los gritos, se asombra, extrañado. Se repite el grito, y la respuesta fue: “¡Sí!”. Y entonces el Tigre pregunta: -¿Quién grita por ahí?
-Y el Hombre contesta: -El defensor del mundo – (que era lo que el Zorro le había indicado que contestara). Pregunta el Zorro: -¿Ya lo amarraste? ¿Qué hacés que no lo amarrás?
-¿Amarrame a yo? Esa vaina sí que no – Dice el Tigre asustado.
-Vuelve a preguntar el Zorro: ¿Ya lo amarraste?
-Aquí dice que no se deja amarrá; contesta el Hombre.
-¿Qué le dice?;  Pregunta el Tigre. -Que usted no se deja amarrá.
-Amárrame, pero con cuidao.
-Entonces el Zorro pregunta al hombre: ¿Ya lo amaniaste? ¿Qué hacés que no lo amaniatás?
-¿Amántame a yo? ¡Esa vaina sí que no!; dice el Tigre, hasta que por fin acepta: -Amaniatáme, pero con cuidao.
Cuando ya el tigre está amarrado y amaniatado, el Zorro pregunta al Hombre: -¿Ya lo capaste? ¿Qué hacés que no lo capás?
-¿Capame a yo? Esa vaina sí que no! – Dice el Tigre, lleno de miedo. Sucede lo mismo de la vez anterior, y por fin el Tigre le dice al Hombre: -Cápame pero con cuidado.
Entonces pregunta el Zorro: -¿Lo capaste?
-Sí, ya lo capé- - Contesta el Hombre.
-Y el Zorro le replica: -¿Y que hacés que no lo degollás?
-¿Qué dice? – Pregunta el Tigre.  -Que si no se deja degollá - Le contesta el Hombre.
-Hasta ahí llegué yo. – Dice el Tigre
Entonces el Hombre lo amenaza con que saldrá el defensor del mundo y vendrá donde están ellos: “Ahí viene”.
Entonces el Tigre se asusta, y le dice al Hombre:
-Dególlame, pero con cuidaíto
-El Tigre muere degollao, y el Hombre se muestra agradecido a Tío Zorro
-¿Cómo le pago, Tío Zorro?- Le pregunta
-Eso es nada. ¿Pero, vos tenés gallinas gordas?
-Y salen el Zorro y el Hombre a buscar las gallinas. Cuando llegan a la casa, les sale la mujer y le pregunta al Hombre: -¿Qué traes ahí?
-El Zorro me hizo un gran favor. – Dice el Hombre, y le explica a la Mujer a lo que vienen. Entonces la Mujer le dice que allí cerca en el monte tiene una pava clueca y que se la va buscar. Pero lo que trajo en un saco fue una perra cazadora, que empezó a perseguir al Zorro.
-Un bien con un mal se paga! – Decía el Zorro mientras iba corriendo.
-Hasta que la perra lo alcanzó y lo mató en el mismo sitio donde degollaron al Tigre.


Estos relatos son del registro de Heriberto Jesús Vidal Hernández. Narrador cojedeño, nacido el 1 de junio de 1912 en Arismendi, estado Barinas y fallecido en San Carlos, el 19 de marzo de 1980. Trashumante de las sabanas, experto en muchos oficios y prácticas campesinas, vivió en Lagunitas, donde se recopilan estos cachos. Poeta reconocido, humorista  y forjador de refranes, es casi un mito cojedeño del donaire  del lenguaje popular y de la conseja criolla. Desde 1959, su obra es una de más compiladas en la historia literaria de Cojedes (oral o escrita), e incluso, en la narrativa oral venezolana, en obras de investigadores como: Milton Cardona, Luis Felipe Ramón y Rivera, Isabel  Aretz, Gustavo Luis Carrera, Yolanda Salas de Lecuna, María del Rosario Jiménez Turco, Josefina Acuña Colmenarez y Pedro Rafael Manzanero. De este verdadero “clásico” de la oralidad venezolana, se toman las versiones de: Digitalización, catalogación informática y estudio Transinterdisciplinario de manifestaciones de literatura oral, UCV (Jiménez Turco, Medina López y Sandoval, UCV 2007), compiladas por Gustavo Luis Carrera, Miguel Cardona y Abilio Reyes, entre 1958 y 1970, siendo su transcriptor Alvaro D’Marco.

Textos tomados del libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA  FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Compilación, Prólogo-Estudio, selección  y notas de Isaías Medina López; 2013) Publicado por la  UNELLEZ-VIPI, en San Carlos, Cojedes, Venezuela. Edición de la Coordinación de Postgrado  y la Coordinación de Investigación